El 10 de junio de 1823 fue bautizado en Borja D. José Vicente Álvarez de Espejo y Navarro de Eguí que el 14 de diciembre de 1847 contrajo matrimonio con Dª. Teresa González de Castejón y Arnedo, a la que hicimos referencia ayer. El 17 de marzo de 1859 fue nombrado Cónsul General de España en las Repúblicas de Centroamérica y aunque sólo permaneció allí hasta el 13 de junio de 1860, reunió materiales para escribir una pequeña obra titulada Opúsculo sobre las cinco Repúblicas de América Central, un ejemplar de la cual se conserva en Borja. Pocos datos más conocemos de su biografía, salvo que tuvo dos hijos: Fernandina que casó con el coronel D. Eduardo Repiso Iribarren, y Ricardo, el laureado general que reposa en el cementerio de Borja junto a los restos de su madre.
El 10 de
junio de 1852 fue bautizado en la parroquia de Santa María de Borja D. Manuel Sierra Marco, hijo de D.
Manuel Sierra y de Dª Antonia Marco. Fue concejal del M. I. Ayuntamiento y
miembro del Sindicato de Riegos.
Formó parte de la
comisión organizadora del I Centenario de la Virgen de la Peana, publicando más
tarde un librito en el que se relataban los actos que tuvieron lugar en esa
ocasión. Fue Juez Municipal de Borja, ejerciendo como Juez de Primera
Instancia, entre 1882 y 1892 al menos. Posteriormente ejerció como Juez
Municipal del Distrito de San Pablo de Zaragoza y se jubiló el 23 de febrero de
1924, siendo Secretario de Gobierno de la Audiencia de Barcelona.
El 10 de junio de 1904
nació en Tabuenca D. Jesús Aznar Sanjuán.
Era hijo de Nicolás Aznar y de Dorotea Sanjuán. Tras cursos los estudios
eclesiásticos en el seminario de San Carlos de Zaragoza, fue enviado a ejercer
su ministerio pastoral a La Zaida. Durante la Guerra Civil pasó a servir como
capellán en la 3ª Bandera de FET de Aragón. Debió pasar a otra unidad con
posterioridad, pues fue capturado en el frente de Belchite. Tras someterle a
todo tipo de vejaciones y torturas, entre ellas la amputación de los
testículos, fue finalmente ejecutado. A pesar de ello, no figura en la causa de
beatificación incoada en la diócesis de Zaragoza, donde al parecer se tomó la
decisión de no incluir en ella a los capellanes castrenses.
Nunca hemos entendido ese
criterio, dado que, como es sabido, la actuación del personal sanitario y de asistencia
religiosa está protegida por la Convención de Ginebra, en la que se les reconoce
expresamente su condición de “no combatientes”. Pero, además, en el caso que
nos ocupa la saña empleada contra D. Jesús Aznar por sus captores vino motivada
por su condición de sacerdote.
No ha tenido suerte este mártir de Tabuenca, dado que en recientes páginas dedicadas a la llamada “Memoria Histórica”, se le incluye entre “los catorce jóvenes soldados de Tabuenca que murieron en el frente junto a las fuerzas rebeldes”.
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