La Venerable Sor Jacinta de Atondo (1645-1716) fue una religiosa clarisa que murió, con fama de santidad, en el convento de Santa Catalina de Zaragoza y de la que fray Antonio Arbiol escribió, poco después de su fallecimiento, una vida en la que relata minuciosamente, la trayectoria espiritual de sor Jacinta y las prácticas con las que forjaron su carácter de una manera que actualmente nos resulta incomprensible.
Había nacido en Valtierra, donde fue bautizada el 19 de septiembre de 1645. Era hija de D. Luis de Atondo y Antillón y de su segunda esposa Dª. Agustina de Aibar, ambos de esclarecido linaje.
Uno de sus hermanos fue D. Isidro de Atondo que, junto con el jesuita P. Kino exploró California, tras haber sido nombrado por el virrey Almirante de las Californias.
En Mallén vivía
una hermana del padre, Dª. Ana de Atondo, que no tenía hijos y pidió a su
hermano que le enviara, como compañía a una de sus hijas. Decidieron mandarle a
Jacinta, que tenía 3 años, aunque Dª. Ana quería alguna de más edad.
Inicialmente,
la niña le dio problemas, como consecuencia de las enfermedades que sufrió,
aunque restablecida de ellas inició su formación, de la mano de su tía, que le
procuró maestras que le enseñaran a leer y a realizar los trabajos que, por entonces,
se consideraban propios de las mujeres.
Pero, muy pronto,
la niña se decantó hacia una vida de piedad, impropia de tan tierna edad. Fue
encomendada a los religiosos del convento de Nuestra Señora de Torrellas, que
había sido fundado en la localidad.
Allí tuvo como
confesor, en primer lugar, a fray José de Muro, que era el de su tía, y,
posteriormente a fray Pedro Garcés, Guardián del convento y quien llevó a cabo
su ampliación y la edificación de su iglesia.
La vida de fray
Antonio Arbiol relata detalladamente las penitencias a las que fue inducida o autorizada
una joven, a la que se forzó a abandonar los vestidos propios de su condición y
no demasiado ostentosos, para vestir un sayal, llegando el propio confesor a
cortarle los cabellos ante el altar de la Virgen.
Ayunos,
cilicios y durísimas disciplinas eran habituales en ella. El relato de las misma
nos estremece, al igual el régimen de total aislamiento en el que llegó a
vivir. Finalmente, siendo ya una mujer adulta, el propio confesor y un hermano
lego la llevaron al convento de clarisas de Santa Catalina de Zaragoza, donde
profesó el 24 de junio de 1681.
De este histórico
monasterio que sufrió mucho durante los Sitios de Zaragoza, partieron las
religiosas que fundaron el de Borja y de él llegó a ser abadesa Sor Jacinta.
Allí debió
encontrar un cauce más adecuado para la práctica de las virtudes cristianas,
cumpliendo lo preceptuado en la regla de Santa Clara, aunque sin dejar de dar
muestra de su piedad y virtudes, hasta su fallecimiento el 19 de enero de 1716.
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