La catedral de León constituye uno de los atractivos más importantes de la ciudad y un monumento de obligada visita, por lo que, como ocurre en otros muchos templos catedralicios españoles, su cometido religioso, para el que fueron concebidos, va quedando relegado ante la presión turística, de manera que, salvo en contadas ocasiones, no es posible entrar simplemente para rezar, sino que es necesario adquirir la correspondiente entrada, para recorrer su interior.
Es evidente que la contemplación de sus
preciosas vidrieras constituye un espectáculo inolvidable con la luz tamizada
por ellas en el interior del templo, expresión maravillosa del arte gótico.
Pero, si se quiere rezar o asistir a las habituales celebraciones de la Santa
Misa, es preciso acceder al espacio reservado para ellas.
Se trata de la capilla del Santísimo,
construida inicialmente para biblioteca, que es también un lugar de gran belleza,
que compensa en gran medida esa sensación de clandestinidad a la que se ven
sometidos los fieles y, desde luego, es mucho mejor que los habilitados en
otras catedrales para los mismos fines.
Allí estuvimos en la celebración de la Eucaristía en la tarde del sábado, pudiendo contemplar en el acceso a la capilla, la imagen de la Virgen del Pilar colocada en una hornacina. Aunque de producción industrial, la vimos con manto y flores al pie de ella, así como con un lampadario, expresión de que nuestra Patrona también es objeto de especial devoción en la capital del antiguo reino leonés. “La que más altares tiene” es el eslogan que aquí solemos utilizar para manifestar la amplia difusión del culto a esta advocación mariana y, realmente, nos alegra constatarlo en muchos de los lugares que visitamos. “Bendita y alabada sea la hora en que María vino en carne mortal a Zaragoza”.
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