En
Mallén existió un convento de franciscanos, bajo la advocación de Nuestra
Señora de Torrellas, que fue fundado en 1616 para lo que el Ayuntamiento de la
villa cedió la ermita que existía en las proximidades del casco urbano.
Al
convento le dedicamos un artículo, hace ya algunos años, y ahora hemos vuelto a
recordarlo, a raíz de los datos aparecidos en el archivo de la familia Zapata
que estamos clasificando.
El
convento que fue hijo del de Borja, dado que de nuestra ciudad salieron quienes
se establecieron en él, fue abandonado durante la Guerra de la Independencia.
Sus frailes fueron alojados, provisionalmente, junto a la ermita de la Virgen
del Puy, hasta que finalmente desapareció, como consecuencia de la
Desamortización de 1835.
Aquella medida supuso
un duro golpe para el Patrimonio Cultural español. Numerosos edificios
religiosos, entre ellos el de Mallén, dejaron de cumplir su cometido y, salvo
los reutilizados para otros fines, terminaron convirtiéndose en ruinas.
D. Francisco Javier
Córdoba, que fue párroco de Mallén, en su obra Manlia y Mallén, publicada en 1884, hacía alusión a ese “inmenso montón de escombros que imponente se
alza hoy sobre aquel sagrado lugar, que hasta poco ha fue la augusta casa de
Dios y el venerado sepulcro de nuestros padres, que aplastados yacen hoy bajo
sus ruinas”.
Sus muros fueron
derribados por el Ayuntamiento de Mallen “porque amenazaban peligro y sólo
quedó en píe ese machón que fotografiamos en su momento, junto al yacimiento
arqueológico que toma el nombre de “El convento”.
Pero, como tantos otros
conventos franciscanos, hubo una época que gozó del favor de los habitantes de
la villa, que lo eligieron como sepultura y construyeron capillas en su templo.
Una de ellas fue la de los Zapata, dedicada a San Alejandro, mártir, en 1756.
La
Iglesia venera a un elevado número de mártires que llevaron el nombre de
Alejandro. En un rápido recuento hemos encontrado a 26, cuyas fiestas se
reparten a lo largo del calendario litúrgico, entre los que aparecen desde un
Papa a varios obispos, entre ellos el Patrón de los carboneros, o un diácono.
Es imposible establecer a quien estuvo dedicada la capilla, cuya construcción
vino motivada para acoger la reliquia de la cabeza de un mártir llamado San
Alejandro que había sido donada al convento por D. Miguel de Jaca y Niño, de
quienes eran herederos D. Juan Crisóstomo Zapata, del hábito de San Juan y teniente
coronel de los Reales Ejércitos y Dª. María Josefa Galván y Niño, su esposa.
D.
Miguel de Jaca procedía de Mallén, donde había nacido su padre y su abuelo
paterno. Fue un destacado personaje que llegó a ser nombrado Justicia de Aragón
en 1706, siendo depuesto al año siguiente por el archiduque Carlos, al
considerarlo defensor de la causa borbónica.
Comoquiera
que la reliquia había sido depositada sobre diversos altares, quedando sometida
al expolio incontrolado de parte de ella, sus herederos decidieron que, para el
culto y veneración debidos, se colocase en una urna de cristal, dentro de un
relicario colocado en el retablo de la capilla construida al efecto, el cual
fue adornado con “estatuas de diferentes devociones” y “dorándolo a la mayor
perfección”.
Por el
documento de otorgamiento de la citada capilla, testificado por el notario de
Mallén D. Luis Pérez Petinto, el 30 de mayo de 1756, sabemos que estaba situada
a la derecha del altar mayor, junto a la capilla de San Antonio Abad, y que la
reliquia se sacaba en caso de tempestades, de las que era considerada
protectora.
Nada
sabemos del destino final de la reliquia, ni de todo el conjunto de obras que
constituían el exorno de la iglesia conventual, salvo el retablo mayor de la
misma que fue llevado a Novillas, siendo el actual retablo mayor de la misma,
aunque bajo la advocación de Ntra. Sra. de la Esperanza. Como prueba inequívoca
de su procedencia en la parte inferior del mismo figuran los emblemas de la
Seráfica Orden, arriba reproducidos.
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