Durante
las fiestas del Carmen vimos desfilar, junto a los miembros del Ayuntamiento
Infantil que las presidió, a los maceros ataviados a imagen y semejanza de los
de la corporación municipal, aunque probablemente con un traje más cercano a la
realidad que los que, últimamente, visten los auténticos.
Aunque
nuestra ciudad tenía derecho al uso de maceros y timbaleros, como las restantes
del reino, no fue hasta el 22 de enero de 1765 cuando aparecieron, por vez
primera, precediendo a la corporación.
Fue
con motivo de la fiesta de la Inmaculada Concepción que, curiosamente, no se había
celebrado el 8 de diciembre anterior, sino que fue pospuesta hasta enero. Fue
el corregidor D. Pablo Cortés de Vargas el impulsor de esa decisión que causó
gran expectación y para que la sorpresa fuera mayor, según se relata en las
Actas Municipales, “llevaron las capas ocultas para que, antes de salir al
público, se ofrecieran a la Inmaculada, nuestra patrona”. Porque la Inmaculada,
era entonces considerada “patrona” en virtud del voto perpetuo por el que la
ciudad se había comprometido en el pasado a defender lo que luego sería Dogma
de Fe.
El traje
adoptado estaba integrado por jubón, calzas y medias negros. Al cuello gola
almidonada y cubriendo los hombros capa de terciopelo rojo, con cuello vuelto.
Como tocado un sombrero negro al que, posteriormente se le incorporó en el ala
vuelta una escarapela, con los colores nacionales y, prendida a ella, una
pequeña pluma. Se completaba con zapatos negros con hebilla rectangular.
En
esta antigua fotografía, al igual que en la anterior, la maza va enfundada en
negro, por corresponder a la procesión del Viernes Santo.
Este
traje es muy similar al de los maceros de la ciudad de Tarazona, aunque en ese
caso, llevan peluca que, creemos, no se corresponde con este tipo de trajes.
Recuerda al que todavía utilizan los alguacilillos de algunas plazas de todos,
aunque en lugar de gola, visten valona caída sobre los hombros.
En
otras ciudades, sus trajes tienen una inspiración más medieval, pues utilizan
dalmáticas con las armas de cada una de ellas, bordadas al pecho y espalda, o
gramalla, como es el caso de Jaca al que corresponde la última de las fotos. Las
otras son de los maceros de Madrid, Alcalá de Henares y Toledo.
Toda
esta introducción obedece a que, desde hace algún tiempo, venimos observando
que la gola de los maceros de Borja, presenta este deplorable aspecto. Su
tamaño se ha reducido; está arrugada, cuando debía ser almidonada o rígida; y
cuela como un babero, sin ceñirse al cuello. Además, últimamente, la capa se
sujeta con una cinta negra sumamente antiestética ya que, si se considera
necesaria, debía esconderse bajo la gola. En los sombreros tampoco aparece la
escarapela ni la pluma que antes llevaban, aunque esta es una cuestión menor,
en comparación con el aspecto de la gola. Como se trata de algo fácilmente
subsanable, esperamos que muy pronto se corrijan las deficiencias observadas.
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