viernes, 27 de septiembre de 2019

Importancia y significado de las campanas


         A las campanas de Borja dedicamos hace tiempo una larga serie de artículos, dando a conocer sus características e imágenes de las mismas  que fueron realizadas por Enrique Lacleta con esfuerzo y dedicación, pues no es fácil fotografiarlas.

         Ahora, al leer un artículo del sacerdote argentino Christian Viña, en un conocido blog de temática eclesial, nos ha parecido oportuno comentar la importancia que tienen para la Iglesia y algunos otros detalles curiosos sobre las mismas.




         Aunque no existen normas fijas acerca del número de campanas que debe haber en cada templo, desde tiempo inmemorial se suele aceptar que las catedrales dispongan de cinco o más; las parroquias dos; y las ermitas y oratorios privados una. Los conventos suelen contar con dos, aunque en Borja hubo uno con una única campana, el de capuchinos.



         Pero lo más importante es el carácter sagrado que tienen las campanas. El Catecismo de la Iglesia Católica las incluye entre los denominados “sacramentales” que son aquellos “signos sagrados instituidos por la Iglesia cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las diversas circunstancias de la vida”.

         Ello se les confiere mediante la bendición de las mismas que puede ser solemne o sencilla, según las fórmulas establecidas para cada caso, a las que haremos referencia.



         La bendición originalmente era privativa de los obispos que no podían delegarla y era un acto dotado de gran solemnidad en el que se lavaban con agua bendita trazando después con el Óleo de enfermos una cruz en la parte exterior. Tras borrarla, volvía a trazar siete cruces en el exterior del bronce con el Santo Óleo de enfermos y otras cuatro en el interior pero, en este caso con el Santo Crisma. Después, se incensaba la campana, con un incensario o brasero colocado debajo en el al incienso se añadía mirra, timiana y otras resinas aromáticas.
         Tras el Concilio Vaticano II se introdujo un rito mucho más sencillo que puede ser llevado a cabo por cualquier sacerdote. Ya en 1908, la Sagrada Congregación de Ritos había aprobado un rito simplificado, aunque se ha mantenido en vigor el rito solemne fijado por el Concilio de Trento.
         En él las preces que pronuncia el consagrante son muy ilustrativas del carácter sagrado que adquiere el instrumento:

         “ Dios, por medio del santo Moisés, tu siervo y legislador, que se crearan e hicieran sonar trompetas de plata en el momento del sacrificio, para recordar al pueblo a través de sus claros tonos que se prepare para tu adoración, y se reúnan para su celebración… Concédenos, te imploramos, que esta campana, destinada para tu santa Iglesia, sea santificada por el Espíritu Santo a través de nuestro humilde ministerio, de forma que cuando repique y taña, los fieles sean invitados a la casa de Dios y la recompensa eterna.
Que la fe y la piedad del pueblo crezcan cada vez más fuertes siempre que escuche su melodioso repique. Que su sonido aleje a todo espíritu maligno; que se desvanezcan trueno y rayo, granizo y tormenta; que el poder de tu mano someta a los malignos poderes del aire, que tiemblen con el sonido de esta campana, y huyan acto seguido ante la visión de la santa cruz grabada en ella…
Siempre que suene, huya el enemigo del bien, que el pueblo cristiano escuche la llamada a la fe, que aterrorice al imperio de Satán, que tu pueblo se fortalezca al ser llamado al unirse al Señor, y que el Espíritu Santo esté con los fieles, igual que se deleitaba de estar con David cuando tocaba su arpa…

Y al igual que una vez el trueno en el aire ahuyentó una horda de enemigos, cuando Samuel sacrificaba un cordero lactante como holocausto al Rey eterno, así cuando el repique de esta campana resuene en las nubes traiga una legión de ángeles que vigile la asamblea de tu Iglesia…”



         El Papa Benedicto XIV (1740-1758), siendo cardenal arzobispo de Bolonia, se manifestaba contrario al empleo de la palabra “bautismo” para referirse a la bendición de las campanas, tolerada decía “por la buena fe con la que se utiliza”. De igual forma aludía a la creencia de que su sonido contribuye a dispersar las tormentas. Con cierta ironía, afirmaba que si así fuera, más efectivo resultaría el disparo de un cañón. Por el contrario, decía que es el carácter sagrado de las mismas, conferido por las oraciones pronunciadas en su bendición, así como las que puedan elevar los fieles al escuchar su sonido, las tienen ese poder.





         Queremos recordar que, en Borja, la colegiata de Santa María dispone de cinco campanas, además de otras dos en la torre del reloj. Es poco conocido el hecho de que, hacia 1690, la condesa de Castellflorit (propietaria de la Casa de las Conchas) instituyó una capellanía llamada de “Exconjuros y Kalendas”, cediendo a la colegiata un molino y la parte derecha de su casa. Entre las obligaciones de su capellán figuraba la de efectuar “conjuros” o imprecaciones, haciendo sonar una campana de la torre, para alejar de la ciudad los peligros del rayo y del pedrisco en los días de tormenta. A pesar de que la cas continuó siendo propiedad de la Iglesia hasta finales del siglo XX, no recordamos a ningún párroco ni capellán encaramado en la torre en los días de tormenta, lo que evidentemente contravenía gravemente la intención de la fundadora.
         Los tiempos hicieron olvidar el benéfico efecto de las campanas y, por otra parte, en la fórmula simple que ahora se utiliza para su bendición no se alude a las tormentas ni a los poderes del maligno (que ya no están de moda), pues lo que se dice es:

“Oh Dios, cuya voz, ya en los orígenes del mundo, resonó en los oídos del hombre, invitándolo a la participación de la vida divina, enseñándole cosas inefables y saludables; oh Dios, que ordenaste a Moisés, tu servidor, que empleara unas trompetas de plata para reunir al pueblo; oh Dios, que permites a tu Iglesia utilizar campanas de bronce, que inviten a tu pueblo a la oración, bendice + esta nueva campana y haz que todos tus hijos, al oír su voz, eleven a ti sus corazones y, compartiendo las alegrías y las penas de los hermanos, vayan con prontitud a la iglesia, donde sientan a Cristo presente, escuchen tu palabra y te expongan tus deseos. Por Jesucristo, nuestro Señor.”

Ojalá que, al menos, el sonido de las mismas invitara realmente a la oración y a acudir “con prontitud a la iglesia”, pero mucho nos tememos que tampoco sea así, aunque el artículo que nos ha impulsado a escribir este comentario y cuya lectura recomendamos, viene a poner de manifiesto lo contrario.

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