Ayer
se celebró en Ainzón la fiesta de San Severino mártir, cuyo cuerpo “momificado”
se venera en el interior de una urna acristalada, en un altar situado en uno de
los laterales de la capilla dedicada al Santo Cristo, Patrón de la villa.
A ella
asistieron los hermanos D. Severino y D. Luis Gonzaga de Llanza Drudis, acompañados por su esposas, como familiares que son del ilustre religioso carmelita fray José Alberto Ximénez y Ruberte (incluimos la referencia a D. Luis Gonzaga, atendiendo a su reclamación). Fray José Alberto fue el donante de esta preciada reliquia que le había sido entregada por
el Papa Clemente XIII, al ser elegido Superior de la Orden del Carmelo el 21 de
mayo de 1768, remitiéndolo después a su localidad natal, Ainzón, junto con
otros importantes regalos que llegaron el 5 de septiembre de 1769. Este año se
conmemora, por lo tanto, el 250 aniversario de su llegada.
El
cuerpo había exhumado de las catacumbas de Santa Priscila de Roma en 1768 y la
fecha es importante por las razones que vamos a exponer.
En
primer lugar, hay que recordar que, como pudo comprobar el recordado Mariano Villabona
al escribir su libro existen varios mártires con el mismo nombre de Severino.
Entre ellos, el único que podría ser identificado con las reliquias de Ainzón
fue un soldado romano, martirizado bajo la persecución de Diocleciano, junto
con otros tres compañeros, en la vía Labicana de la capital del Imperio. Pero
las dificultades encontradas a la hora de precisar sus hagiografías e incluso
sus nombres, hizo que, en la última edición del Martirologio Romano, fueran
eliminados, lo que no quiere decir que el culto que se les venía tributando
careciera de fundamento.
Cuando
el Papa Clemente XIII manda extraer de las catacumbas un cuerpo, en cuyo
sepulcro aparece el nombre de “Severino”, para entregárselo a fray José Alberto
Ximénez, tiene el convencimiento de que es el del mártir al que nos estamos
refiriendo y, por ello, cuando el General de los carmelitas manda darle la
forma con la que es enviado a Ainzón, lo viste como un soldado romano,
profesión del mártir.
Pero,
en oratorio de San José de la sede central del Opus Dei, en Villa Tevere, se
venera también el cuerpo de San Severino, cuya fiesta celebran el 8 de
noviembre.
En
este caso, las reliquias habían sido donadas por el Papa Gregorio XVI a la
iglesia de los Santos Mateo y Francisco, en Nápoles, de la que pasaron después
a la sacristía de la iglesia del Gesù Vecchio. Al parecer, esos restos también
habían sido extraídos de las catacumbas, pero Gregorio XVI fue pontífice entre
1831 y 1846, es decir un siglo después de Clemente XIII.
No
debían tener especial devoción al Santo los napolitanos o era muy grande el
amor de su arzobispo, el cardenal Marcello Mimmi, porque en 1957, regaló el
cuerpo al fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá Nápoles, regaló a san
Josemaría las reliquias del santo, que las tuvo en gran estima.
La existencia
de dos cuerpos atribuidos al mismo mártir únicamente puede significar que
ninguno de los dos pertenece al San Severino, soldado romano, sino que ambos
corresponden a dos personas que, con ese nombre, fueron enterradas en las
catacumbas romanas y que pudieron ser mártires o no, pues no todas ellas
murieron por la Fe. Pero, de lo que no cabe duda es que las reliquias de Ainzón
fueron exhumadas un siglo antes que las del oratorio de San José.
Pero
no podemos dejar de mencionar a otro “cuerpo” del mismo Santo (aunque en este
caso integrado sólo por dos de sus huesos largos) que se venera en la localidad
boliviana de Tarata, en el departamento de Cochabamba (cuántas cosas se podrían
investigar en esa misión de nuestra diócesis). También en ese caso está
representado como un soldado romano y su culto está asociado a la lluvia, dado
que cuando llegaron hasta allí sus reliquias, llovió ininterrumpidamente
durante dos días y vuelve a llover cada vez que lo sacan en rogativa.
Es el Patrón de la localidad y sus celebraciones constituyen una gran manifestación
de fervor popular, cuando el Santo recorre sus calles. Además, está asociada a la llamada "Diablada de Tarata".
Se trata de una de las expresiones más relevantes del Patrimonio
Cultural Inmaterial boliviano que, en este caso, se celebra en honor a
San Severino. Porque el nombre de “diablada”, de hondas raíces, no es exclusivo de
Tarata, sino que también forma parte del carnaval de Orura, otra ciudad
boliviana que, en este caso, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO en 2008.
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