Palma
de Mallorca es una ciudad de gran belleza que siempre sorprende por sus
monumentos y el cuidado de sus calles que registran un enorme número de
visitantes, sobre todo cuando en su puerto coinciden varios cruceros, como
ocurría el día en el que estuvimos. A pesar de ello, pudimos recorrer alguno de
los lugares de mayor interés a una hora temprana lo que, unido a la lluvia que
cayó durante algunos minutos, nos permitió disfrutar del paseo, como en tiempos
antiguos.
Por
ser lunes, no esperábamos encontrar ningún museo abierto, por eso nos
sorprendió que ello no ocurriera en el Palau March que, por otra parte, no
conocíamos y cuya visita recomendamos.
A
pesar de su aspecto, no es un edificio antiguo ya que fue proyectado por el
arquitecto D. Luis Gutiérrez Soto para sede de la familia March. Su edificación
se concluyó en 1945 y en 2001 fue remodelado para convertirlo en la sede de la
Fundación Bartolomé March Servera.
Bartolomé
March (1917-1998) era el segundo hijo de D. Juan March y un gran coleccionista,
dotado de especial sensibilidad lo que le permitió reunir una impresionante
colección de obras, una parte de las cuales se exhiben en este edificio que no
ha perdido el carácter primigenio para el que fue concebido.
En la
terraza de acceso, dotada con una hermosa logia desde la que se divisa el
contiguo Palacio Real de la Almudaina, se muestran una serie de esculturas (una
tercera parte de las que integran la colección), entre las que se encuentran
obras de Auguste Rodin, Henry Moore o Eduardo Chillida, entre otros escultores
destacados.
La
cúpula de la gran escalera está decorada con pinturas de Josep María Sert, en las
que están representadas, a través de alegorías, las virtudes que quiso dejar
plasmadas Juan March: La Audacia, la Razón y la Inspiración que, unidas al
Trabajo hacen posible alcanzar la fortuna, presidida por la Inteligencia.
En
varias estancias de la planta inferior se puede admirar una de las joyas de la
colección, el magnífico belén napolitano, de finales del siglo XVIII, en el que
sorprende la calidad de las figuras y el exquisito cuidado puesto en la confección
de las vestiduras de los diferentes grupos que lo componen.
En la
primera planta puede efectuarse un recorrido por las habitaciones de esta
mansión en la que, como hemos dicho, se alojó la familia durante sus estancias
en Palma, ciudad en la que nació Bartolomé March.
Pero algo
que nos llamó poderosamente la atención fue la sorprendente colección de
portulanos (antiguas cartas náuticas) que cuelga en una de las salas,
realizados por los mejores cartógrafos mallorquines de los siglos XIV y XV.
No es
menor el interés de la serie de pequeños cofres (algunos de ellos concebidos
como relicarios) y arquetas de diferentes épocas, desde el relicario del siglo
XII que se observa a la derecha de esta última foto, hasta obras de los siglos
XIII al XVI, algunas de las cuales están decoradas con esmaltes de Limoges.
Teníamos
también especial interés en visitar la catedral de Santa María, dado que no
habíamos estado en ella desde que su capilla del Santísimo fuera decorada por Miquel Barceló
entre 2001 y 2006, atendiendo a un encargo del cabildo que no estuvo exento de
polémica. El hecho de que coincidiéramos con el rezo de Laudes contribuyó a
reforzar la sacralidad de un espacio que, si bien contrasta con el estilo del
resto del monumento, no nos resultó tan detonante como habíamos supuesto. En
este sentido, creemos que la arriesgada apuesta terminará siendo aceptada en el
futuro como una aportación del arte contemporáneo, algo que no ha sido ajeno a otras
muchas catedrales en el transcurso de la
historia.
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