Al
referirnos ayer a D. Pedro Manuel de Urrea, señor de Trasmoz, comentamos que,
entre su amplia producción poética, habíamos encontrado una composición
dedicada “A una ermita de Nuestra Señora que está cerca de su casa, que se
llama Nuestra Señora del Moncayo”.
No sabemos cómo sería a comienzos del siglo XVI el Santuario del Moncayo situado bajo las peñas de “El Cucharón” que, a comienzos del XX presentaba este aspecto que reflejan las fotografías de Federico Bordejé, bastante diferente al actual.
Contiguo
a la hospedería se encontraba la ermita propiamente dicha en la que se veneraba
y venera la imagen de la Virgen del Moncayo, cuya cercanía a Trasmoz proclamaba
su señor e ilustre poeta.
Hace
poco pudimos ver esta imagen, desprovista de manto, en la catedral de Tarazona,
aunque existe otra en la localidad de Santa Cruz de Moncayo que es la que, cada
año, se lleva al Santuario.
Comoquiera
que la poesía a ella dedicada, creemos que es muy poco conocida, la
reproducimos a continuación, transcribiéndola de la obra publicada por la
Institución “Fernando el Católico”. Nos ha llamado la atención por los
sentimientos de piedad mariana que reflejan los versos de un autor que se prodigó
en la poesía amatoria y profana, aunque arrepintiéndose a veces de ello, por
considerarla cosa superflua. Algo muy diferente a lo manifestado aquí por un
hombre que la sentía muy cercana y de la que esperaba: “que me des tal vida, que me haga cierta la gloria” y a la que
encomendaba todos sus “dichos y hechos”.
¿O, reyna, Virgen sagrada!
Descanso siento y sentí
en estar cerca de mí
tu casa santificada.
Tanto que estoy sin temor
que trabajo me haga daño
porque con vn bien tamaño
no puede reynar dolor.
Tenerte yo por vezina
es para mí gran consuelo
pues de la gloria del cielo
haz que sea mi alma dina.
Eres aduogada nuestra,
bendita virgen María.
Tú eres nuestra alegría;
tú eres nuestra maestra.
En la peña aquí do estás
mil milagros has mostrado.
Para en este baxo estado
no te pido yo ya más
sino que me des tal vida
que me haga cierta la gloria
que no quiero otra victoria
ni es razón que otro te pida.
Pues yo tengo deuoción
En el que en ti a encarnado
el cuerpo glorificado
sin ninguna corrupción
de Dios hijo, rey de imperio,
reparo de nuestro mal,
donde el linaje humanal
no alcança tan gran misterio.
Fin
A ti, señora, encomiendo
todos mis dichos y hechos
sin querer otros prouechos
sino solo a ti sirviendo,
que yo ando por lo más
y esto de ti a de venir;
al tiempo de mi morir
te ruego vaya do estás.
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