Hemos
vuelto al lavadero de Sayón, a orillas del río Sorbán y muy próximo al estanque
del que hablamos recientemente. Teníamos interés en comprobar su estado, ahora
que hemos podido documentar su pequeña historia.
Fue
construido a finales de 1921 y en febrero de 1922, el periódico Ecos del
Moncayo informó sobre el propósito del Ayuntamiento para dotar de una cubierta
al “lavadero nuevo de Sayón” lo que demuestra que, inicialmente, se hizo sin
tejado.
Su
cometido era el de prestar servicio a esa zona de la población, donde hemos
descubierto que hubo otro lavadero (junto a la calle de Tudela) que debió
desaparecer.
Como en todas las obras, tampoco en ésta faltaron las críticas, por parte de las usuarias, porque “entra el agua muy rápida y no se puede lavar”.
El
lavadero hace tiempo que dejó de cumplir su cometido pero, como ha ocurrido en
otros lugares, no sólo se mantuvo en pie, sino que fue restaurado. El de la
conservación de la mayor parte de los lavaderos en todos nuestros municipios es
un fenómeno curioso, sobre todo al constatar que otras construcciones de
interés, populares o industriales, han sido derribadas.
Lo
cierto es que, dentro de su sencillez, es un espacio agradable. En su exterior
se delimitó un espacio con barandillas metálicas y se instalaron bancos, por
cierto uno de ellos está en el interior al que se accede por unas escaleras de
piedra bien cuidadas al igual que la cubierta de tejas.
El
problema estriba que al ser utilizado como centro de reunión de algunos
jóvenes, al menos en el pasado, sus muros fueron cubiertos de pintadas. Es
curioso que el Ayuntamiento borró las del suelo y las del muro de más longitud,
pero no ocurrió lo mismo con las de los muros laterales. Las imágenes que
ofrecemos corresponden a 2016 y a estos días, pudiendo comprobarse que no sólo
permanecen sino que se han “enriquecido” con dos círculos rojos.
Lo
mismo ocurre con el conejo apostado junto a la escalera y la “R” de un pilar
que, por estar pintadas sobre ladrillo son más difíciles de borrar. Si no
tomamos conciencia de la necesidad de respetar los monumentos, por humildes que
sean, seguiremos viendo ensuciar, de manera absurda, las calles de nuestras
ciudades.
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