En un pequeño cerro existente muy cerca del abrevador, al que hicimos referencia recientemente, fueron excavadas una serie de bodegas todas ellas dedicadas a la elaboración del vino, las cuales presentaban la ventaja de ser mucho más accesibles que las ubicadas en otros lugares. No es de extrañar que allí se encontrara la que, sin duda, fue la segunda bodega en dimensiones de nuestra ciudad.
Recientemente
estuvimos allí, observando el crecimiento de plantas más propias de otras
latitudes, aunque en Aragón también crecen en zonas secas y soleadas como la
que nos ocupa. Son chumberas y pitas (agave); en este último caso parecen de la
variedad pulquera. Ambas llegaron desde México tras el Descubrimiento y están consideradas
como especies invasoras, aunque han llegado a formar parte del paisaje de algunas
zonas del Levante español, donde por cierto están siendo víctimas de una plaga
de cochinilla que no parece afectar a las de Borja, que vimos en excelente
estado.
Esta
zona de bodegas fue apreciada por su cercanía y llegó a disponer de una fuente,
pero la construcción de un estanque en que se reunían las aguas procedentes de
la red de saneamiento les hizo perder gran parte de su atractivo. Aunque ese
estanque ya no cumple ese cometido, tras la construcción de la nueva depuradora,
pudimos constatar que, aunque queda alguna bodega bien mantenida, la mayoría de
las restantes se encuentran abandonadas.
Con
sus puertas abiertas, posiblemente forzadas, y el interior saqueado, se les
puede aplicar los versos que Rodrigo Caro dedicó a las ruinas de Italica: “campos
de soledad, mustio collado” aunque el verdor dominante del cabezo, en estos
momentos, contradiga lo de “mustio”.
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