En el recuerdo de todos permanece viva aquella imagen pavorosa de la noche del 13 de agosto del pasado año, en la que, desde Borja, veíamos arder el Santuario de Misericordia. Recientemente, los medios de comunicación han dedicado gran atención al incendio que, unas semanas antes, se declaró en otro lugar de la provincia. Esperamos que, al cumplirse el aniversario del nuestro, también se preocupen del estado en el que han quedado nuestros pinares, prácticamente desaparecidos.
Enrique Lacleta ha estado en la Muela
Alta para captar imágenes de lo que antaño fuera una zona verde de
extraordinario interés para nuestra ciudad, en la que los pinos, plantados hace
cerca de 100 años, constituían uno de los principales alicientes del Santuario
de Misericordia. En torno a la ermita del Calvario han quedado algunos restos
del pinar, pero son un triste espejismo de la realidad.
Nada que ver con fotografías muy
cercanas en el tiempo al desencadenamiento de incendio, en el que ese notable
monumento que es la ermita circular del Calvario aparecía envuelta por los
pinos.
Un claro ejemplo de las consecuencias del incendio es lo que muestran estas otras imágenes del entorno del bar restaurante que había muy cerca de la ermita y desde el que se podían contemplar las magníficas perspectivas del valle del Huecha, entre los pinos que han desaparecido por completo.
Otro tanto puede decirse del recorrido
por el que discurre el Vía Crucis que termina en la ermita, en el que sólo
permanecen las cruces, entre los restos de la catástrofe, los cuales aún no han
sido retirados.
Porque, aunque se transmitido la impresión de que se ha llevado a cabo la limpieza de la zona quemada, lo cierto es que, aunque fueron talados muchos árboles, ni ha sido completa ni, en la mayoría de los casos se ha retirado la madera quemada.
Por lo que respecta al Raso, su aspecto
no puede ser más desolador, con algunas de sus pistas cortadas
intencionadamente con vallas y árboles caídos, sin que podamos conocer las
razones que impiden el paso de los ciclistas que las recorrían.
Entre tanta desolación, los brotes de
una venerable encina quemada o las plantas que resurgen entre las cenizas
demuestran que la Naturaleza sigue su curso, pero pretender que su fuerza sea
suficiente para recuperar lo que ha desaparecido es una utopía y nuestra
generación y la siguiente no volverán a ver los pinares del Santuario como los
hemos conocido, aunque sean replantados, cosa que, por el momento, no lleva
visos de ser una realidad.
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