sábado, 28 de septiembre de 2024

Interesantísimo trabajo de Isidro Aguilera y José Ignacio Royo

 

         El último número del Boletín del Museo de Zaragoza está dedicado, con carácter monográfico al trabajo que lleva por título “Las necrópolis protohistóricas en el valle del Huecha (Zaragoza) en su contexto material y ritual”, firmado por dos destacados arqueólogos, José Ignacio Royo Guillén e Isidro Aguilera Aragón, que han dedicado una buena parte de su trayectoria profesional a la investigación arqueológica de nuestra zona.

         Ambos han estado vinculados al Centro desde casi sus orígenes y, en nuestra revista publicamos algunos de sus primeros trabajos. Posteriormente, en 2005, dimos a conocer el trabajo de José Ignacio Royo “Los poblados de El Morredón y El Solano (Fréscano, Zaragoza) y la cultura de los campos de Urnas en el valle del Huecha” que, en cierta medida, constituye un precedente del que ahora estamos comentando.

         Por otra parte, la tesis doctoral del Dr. Aguilera Aragón sobre la comunidad prehistórica de la Muela de Borja, publicada por la Institución Fernando el Católico constituyó otro hito en la investigación arqueológica de nuestra ciudad, junto con la obra del Prof. Harrison sobre Moncín, en cuyas excavaciones también colaboró el Dr. Aguilera, descubridor además de la cueva que hoy forma parte del Patrimonio Cultural de la Humanidad.

         A todos esos trabajos viene a sumarse ahora este estudio sobre las necrópolis protohistóricas del valle del Huecha, dado a conocer en una revista que, como señala su director el Dr. D. Miguel Beltrán Lloris, es la única que publican los museos aragoneses.

         En la introducción se recuerda que la aparición del fenómeno funerario de las necrópolis de incineración supuso un drástico cambio en el ritual de la muerte, respecto a lo que había sucedido en el segundo milenio a.C.

         Las gentes llegadas del centro de Europa incineraban los cadáveres depositando sus cenizas en unas urnas o vasijas de cerámica que enterraban en un hoyo, cubriéndolas con tierra. De ahí el nombre de “cultura de los campos de urnas” con los que se les conoce, aunque una novedad importante del trabajo de Royo y Aguilera ha sido el documentar estructuras de adobe que, en gran medida, resuelven la ya vieja polémica entre “campos de urnas” y “campos de túmulos”, con precedentes indígenas.

         Siguiendo el curso ascendente del Huecha, los autores van dando noticias y comentando las necrópolis hasta ahora descubiertas, desde la de La Atalaya (Cortes de Navarra) que fue la primera estudiada, a partir de 1947, hasta otras que, para muchos de nuestros lectores resultarán desconocidas: El Convento (Mallén); Burrén y Burrena (Fréscano); Carraveruela (Magallón); El Quez (Alberite de San Juan); Cabezo de las Viñas (Albeta); y La Oruña (Vera de Moncayo).

         De todas ellas analizan los hallazgos cerámicos, de ajuares metálicos, restos óseos y otros elementos que, desgraciadamente, en algunos casos aparecieron al ser arrasadas esas necrópolis por la realización de determinadas obras.

         En resumen, el trabajo ofrece una sugerente panorámica de los rituales funerarios de la cultura de unos hombres que vivieron en nuestro valle en época protohistórica, convirtiéndose en una de las más importantes aportaciones que, en ese ámbito, se han realizado hasta la fecha.


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