En Borja existieron 6 conventos de clausura. Dos de ellos femeninos, de Franciscanas Clarisas y de Concepcionistas Franciscanas todavía subsisten. Pero lo cuatro masculinos: franciscanos, agustinos, capuchinos y dominicos desaparecieron tras la Desamortización de Mendizábal.
Algunos de ellos contaban ya, a
comienzos del siglo XIX, con un reducido número de frailes, como consecuencia
de los avatares sufridos durante la Guerra de la Independencia y de los
acaecimientos políticos posteriores.
En las memorias del general Nogués,
publicadas en 1897, con el título de Aventuras y desventuras de un soldado
viejo natural de Borja, probablemente se exagera al hacer referencia a la
situación del convento de dominicos.
Refiere el ilustre escritor, fuente
inagotable de anécdotas y sucedidos, que en dicho convento había un lego que
desempeñaba los cometidos de cocinero y sacristán. Se llamaba fray Frutos y,
por su rudo carácter, era conocido como “fray Brutos”.
Las pendencias del cocinero con el
prior eran frecuentes. Un día, tras recibir alguna reconvención, por parte del
superior, le respondió: “Cualquier día de estos le destituyo”. Ante semejante
salida, el prior le indicó que eso era imposible. Sin amilanarse, Fray Frutos
le dijo: “¡Que no! Me voy del convento y se queda sin mando”. Según Nogués, la
comunidad no contaba ya con más miembros que los dos citados, dato inexacto
pues había más, como hemos publicado en otras ocasiones.
Con nuestro compañero, el recordado
Leandro José Galindo Escolano, comentamos muchas veces otro dato que aportaba
el general Nogués, el cual relató que, al ser expulsados los frailes, el
ayuntamiento encargó del huerto del convento al tío Peladillo, el cual tenía
dos hijas “las peladillas”, que eran unas aguerridas mozas, famosas por su
condición de “liberalas”, en señal de lo cual lucían cintas azules en los
collares, color que distinguía a los “cristinos”, los partidarios de la reina
María Cristina, frente a los carlistas.
Las jóvenes recorrían el convento en busca
del “tesoro” de los desaparecidos frailes, sin que el éxito llegara a culminar
su tesón, aunque nunca pensaron en apropiárselo, sin contar con la real
aquiescencia, pues esperaban que la reina les diese lo que los frailes tenían.
Leandro lamentaba, en broma, la mala
suerte de sus posibles antepasadas que les impidió acceder a ese tesoro que, por
supuesto, sólo existía en la imaginación de tan bizarras muchachas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario