Vamos
a terminar el recorrido que, a través de varios artículos, hemos realizado por
la iglesia del convento de la Concepción de Borja con una referencia al
interesante conjunto de pinturas murales que le confieren un especial interés.
Tradicionalmente,
han sido atribuidas a José de Luzán y Martínez (1710-1785), uno de los más
importantes pintores aragoneses del siglo XVIII que, como es sabido, fue
maestro de Francisco Bayeu y del propio Goya, entre otros artistas.
Sin
embargo, no disponemos todavía de la confirmación documental de su autoría y,
por otra parte, la desigual calidad de las pinturas hace dudar de que todas
ellas fueran pintadas por él. De hecho, en el informe de la reciente restauración,
llevada a cabo bajo el patrocinio del Gobierno de Aragón, se apunta la
posibilidad de que sólo realizara las de la cúpula, las situadas en el
presbiterio y la ubicada sobre el coro, siendo el resto obra de artistas de su
taller. En cualquier caso, todo el conjunto responde a un programa, bien
estructurado, de carácter profundamente mariano.
El
eje del mismo es la cúpula situada sobre el crucero, cuya figura central
corresponde a María, en el momento de su Asunción a los cielos por los ángeles.
En definitiva, podría interpretarse también como “El triunfo de la Virgen”, en
el que su imagen gloriosa, coronada de estrellas, entra en el Cielo, teniendo sobre
ella la paloma que representa al Espíritu Santo.
En
torno a ella, cantan los coros angélicos. Mientras que alguno lleva en sus
manos un cantoral, el resto hace sonar diferentes instrumentos, que no son fáciles
de identificar pero, entre los que parecen encontrarse, trompetas o chirimías,
arpa, laúd, fidula o viela, bajón, trompa y violín.
La
linterna está decorada por un gran florón central de yeso, rodeado también por
motivos vegetales. En torno a ella se disponen los ocho vanos que la iluminan.
En
las pechinas, como es muy frecuente, los cuatro Evangelistas. Al frente están
San Mateo, identificable por el niño que aparece sobre el libro, y San Juan,
mucho más joven y con el águila detrás.
Frente
a ellos, en la parte que se abre hacia la nave central, se encuentran San
Marcos, con el león bajo el evangelio que está escribiendo, y San Lucas, que
tiene a su lado el toro que constituye su atributo personal. Hay que se señalar
que las cuatro representaciones están realizadas en lienzo y no guardan
relación con las pinturas que estamos comentando, aunque se han reseñado aquí
por formar parte del conjunto de la cúpula.
En
los laterales del presbiterio se dispusieron dos pinturas que hacen alusión a
los dos primeros pecados o rebeliones. A la izquierda, la victoria de San Miguel sobre los
ángeles rebeldes, que tras enfrentarse a Dios, por un pecado de soberbia,
fueron arrojados a los infiernos.
A
la derecha la Expulsión de Adán y Eva del Paraíso, tras infringir la
prohibición de no comer los frutos del árbol que estaba en el centro del mismo.
En la escena, nuestros primeros padres, ya cubiertos con un remedo de vestido,
abandonan en Edén, empujados por un ángel con espada, mientras que a su
derecha, aparece el árbol con la serpiente que les indujo a su acción.
María
es considerada la nueva Eva, vencedora del pecado y del demonio. Ella fue
concebida sin pecado original y con sus pies aplasta a la serpiente. De ahí, su
relación con los dos pasajes que acabamos de comentar.
En
los lunetos del transepto y de la nave central, aparecen una serie de alegorías
marianas, tomadas de las letanías lauretanas, del Cantar de los Cantares y del
Eclesiástico. Vamos a relacionarlas de forma correlativa, tal como aparecen, a
partir de la izquierda del presbiterio, en torno al centro, para terminar en el
lado derecho del transepto.
El
ángel con la torre hace alusión a dos alegorías de las letanías: “Turris
ebúrnea” (torre de marfil) o “Turris davídica” (torre de David).
Esta
otra la hemos interpretado como una alusión a la hermosa frase del Cantar de los Cantares: “Como un lirio
entre espinas es mi amada entre las jóvenes”. De ahí, que ese “Sicut lilium
inter spinas” puede ser su explicación.
También,
del Cantar de los Cantares está
tomada esta alegoría en la que se alude a María: “Resplandeciente como el sol”.
Las dos precedentes,
“Scala caeli rectísima” (Escalera del cielo rectísima) y “Hortus conclusus” (Jardín cerrado), situadas en el lazo izquierdo de
los tramos segundo y tercero de la nave, proceden de las letanías lauretanas.
Si tras alcanzar el coro, continuamos girando en torno a
la iglesia, ahora en dirección al presbiterio por el lado derecho de la misma,
podemos ver que la última alegoría se encuentra oculta tras el órgano que, como
dijimos, fue instalado a comienzos el siglo XIX.
La que sigue, situada en el tercer tramo, está tomada del Cantar de los
Cantares: “Eres pozo de aguas vivas”.
La siguiente es “Stella matutina”
(Estrella de la mañana), de la letanía como, también “Strella maris” (Estrella
del mar). El simbolismo se acentúa si nos percatamos que está situada en el
primer tramo, frente a la alegoría del sol, a la que hicimos referencia.
Esta fotografía, correspondiente al brazo derecho del
transepto, nos sirve para mostrar la decoración existente en los óculos que lo
iluminan, así como la siguiente alegoría: “Porta coeli” (Puerta del cielo).
Frente a ella, la
última del recorrido y de más difícil interpretación. Un ángel lleva un ramo de
olivo en su mano, lo que parece aludir a una frase del libro del Eclesiástico: “Quasi
oliva speciosa campis” (como gallardo olivo en la llanura).
Para finalizar, es interesante destacar la
pintura existente en el cierre del coro, a los pies del templo, en la que está
representada la venida de la Virgen del Pilar a Zaragoza, una composición que
reviste especial interés.
A la izquierda, se encuentra el apóstol Santiago, de
rodillas, fácilmente identificable por las vieiras que aparecen en su esclavina
y el bordón que porta en su mano derecha. En torno suyo, varios de sus
discípulos contemplan admirados la llegada de la Virgen.
María es transportada por los ángeles, mientras
desciende del cielo la columna y, detrás del mismo, la propia imagen que ahora
veneramos. Es una iconografía poco frecuente, pues lo habitual es que la Virgen
aparezca sobre el pilar, siendo mucho menos frecuente que figure la pequeña
talla actual que todos conocemos. su propia imagen que llevan detrás otros dos
ángeles. Debemos llamar la atención sobre la representación ideal de la ciudad
de Zaragoza que se incluye bajo María. Desde el centro parte el puente de
piedra y, al otro lado, un conjunto de edificios que, en gran medida, se
ajustan a la realidad del momento en que se realiza la pintura. Se advierte un
edificio cuadrangular con torrecillas en sus ángulos que recuerda a la Lonja.
Las otras edificaciones se asemejan a la desaparecida Diputación del Reino y al
palacio arzobispal. Por razones evidentes, no está representado ni el Pilar, ni
la Seo, pero el conjunto es muy curioso.
A la derecha de la escena, otros discípulos que, quizás
para significar su vinculación con el apóstol, uno de ellos lleva vieiras y el
otro bordón de peregrino. Delante, hay uno que duerme, probablemente, para
recordar que este hecho se produjo en la madrugada del 2 de enero del año 40.
No
queremos terminar sin agradecer la inapreciable colaboración de Enrique Lacleta
que ha realizado un excelente y cuidadoso trabajo para obtener las fotografías
que han ilustrado estos reportajes, una tarea no exenta de dificultades, debido
a la escasa iluminación de algunas partes del templo.
Muy interesante, se dice venera o concha del peregrino, la "vieira", se refiere al molusco comestible.
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