Cuando el otro día comentábamos el proyecto de todos los
habitantes de Purujosa de trasladarse en masa a los llanos de la Violada,
hacíamos referencia a otro caso similar, ocurrido en Calcena.
Fue en 1911 cuando los habitantes de esta localidad que, en aquellos
momentos, eran más de 800, tomaron el acuerdo de emigrar en masa a la
Argentina, un destino atractivo para muchos españoles que aspiraban a mejorar
sus condiciones de vida.
No era el único caso, dado que seis años antes, los vecinos
de la localidad salmantina de Boada tomaron un acuerdo similar, dirigiéndose al
Presidente de la República Argentina ofreciéndose para colonizar la Patagonia.
A pesar de la favorable acogida de su proyecto desde el otro lado del océano,
en España fue calificado de antipatriótico por plumas autorizadas como la de Ramiro
de Maeztu y el propio Miguel de Unamuno medió con el gobierno para que les
fueran devueltas las tierras incautadas que habían desencadenado el conflicto.
En el caso de Calcena las razones eran diferentes, dado que
la crisis económica venía provocada por la deforestación de sus bosques que
habían sido la base de la producción del carbón vegetal y el cierre de las minas
de Valdeplata. La precaria agricultura y las adversas condiciones
climatológicas habían provocado, como comunicó el Alcalde al Gobernador Civil,
que sus vecinos se encontraran en un estado miserable, impotentes para resistir
más tiempo.
El Consejo General de Emigración que era el organismo
encargado de estos asuntos, mostró su preocupación, enviando a un funcionario
para que evaluase personalmente la situación. Su informe no pudo ser más
demoledor. En él afirmaba que “en Calcena reina la más espantosa miseria”, dado
que los viñedos estaban arruinados y los braceros del campo carecían de trabajo,
por lo que no encontraban medio alguna para “subvenir a las más apremiantes
necesidades de su vida”.
El eco que la noticia encontró en los medios de comunicación
y los informes llegados desde otras localidades de nuestra zona como Purujosa,
Agón o Fréscano, junto con los motines provocados al intentar recaudar los
impuestos, obligaron al Gobierno a adoptar alguna medida que impidiera la
consumación de un acto que redundaba en contra del prestigio de España.
Se presupuestaron 22.000 pesetas para acometer una
repoblación forestal, que no fueron suficientes para acallar las protestas de
los calcenarios, siendo necesario el envío de fuerzas de la Guardia Civil. Más tarde,
se decidió acometer la construcción de la carretera ya que, hasta ese momento,
no había sino una senda desde Borja.
Por unas u otras razones, no llegaron a emigrar y, poco a
poco, Calcena fue perdiendo población hasta llegar a la situación actual en la
que constituye uno de los más claros ejemplos de esa España despoblaba que
vuelve a ser motivo de preocupación.
Lo llamativo es que se trata de una zona de gran belleza y numerosos
recursos artísticos y naturales que podría constituirse en destino turístico
privilegiado. De hecho, ya acuden muchas personas atraídas por las zonas de
escalada que allí encuentran, pero podría hacerse mucho más articulando un plan
que, en nuestra opinión es inexcusable. Pensar que estos municipios podrán
mantenerse con las segundas viviendas de los descendientes de sus habitantes
originales no es suficiente.
Queremos advertir que sobre este caso de Calcena ya habíamos
publicado un comentario, a raíz del artículo aparecido en El Eco del Isuela, en 2011, en el que a su vez se aludía a otro
trabajo de Luis Serrano Pardo que publicó en Trébede.
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