El 18 de abril de 1610, el rey Felipe III ordenó la
expulsión de todos los moriscos que residían en los reinos de la antigua Corona
aragonesa, la cual se llevó a cabo de forma paulatina.
En Aragón fueron expulsados unos 70.000, que representaban
un sexto de la población, lo que tuvo una incidencia muy negativa en su
economía, especialmente en determinadas zonas en las que jugaban un papel
relevante en el sector agrícola.
Se intentó que pasaran los Pirineos pero, ante las
dificultades suscitadas por Francia, muchos de ellos, tuvieron que ser llevados
a pie hasta el puerto de los Alfaques para su embarque (la imagen corresponde a
la expulsión de los moriscos valencianos).
Fue un proceso dolorosísimo para los afectados que se veían
arrojados de la tierra en la que habían nacido y, en algunos casos, despojados
de sus hijos. Además, se les amenazó con graves penas si retornaba a sus
lugares de origen. En el caso de los varones a ser condenados por vida a las
galeras y si, por su edad o enfermedad, no servían para ello a 200 azotes, los
mismos que se administraban a las mujeres, junto con una nueva expulsión que si
era quebrantada sería castigada con la muerte.
A pesar de ello, se dieron casos de retorno, como podemos
constatar en el documento que D. David Cabrejas Sanmartín ha localizado en el
Archivo de la Corona de Aragón.
Se trata del dictamen emitido por el Consejo de Aragón tras
recibir la comunicación del Gobernador del reino de haber sido encontradas en
Borja dos moriscas, una de las cuales pudo ser prendida mientras que la otra
escapó.
En el texto se afirma que eran “mujeres cuitadas” a las que “el
amor a la patria las ha traído a ella”. No es de extrañar que el recuerdo de
las casas en las que habían nacido y residido les hubiera impulsado a adoptar
una decisión sumamente arriesgada.
No obstante, algo más debió existir pues resulta muy
llamativo que volvieran solas dos mujeres cuando, como se indica en el escrito,
“El reino de Aragón es que más limpio se halla en España de esta semilla, y no
se sabe que haya en él mas que estas dos moriscas”.
En cualquier caso, el Consejo proponía al monarca que, por
tratarse de mujeres, el castigo que se proponía era el de volver a expulsarlas,
bajo pena de muerte, aunque “el condenarlas a perderla luego, parecería cosa
rigurosa”.
Aunque no sabemos el final de esta historia lo más razonable
es pensar que fueran expulsadas, al menos la que había sido detenida y
encerrada en Zaragoza.
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