En el
artículo anterior mencionábamos a Santa Rosalía de Palermo, considerada
especial protectora frente a la peste, sobre la que queremos ofrecer algunos
datos, especialmente relacionados con sus reliquias, rodeadas de polémica desde
el momento de su descubrimiento.
Según
la opinión más difundida, se llamaba Rosalía Sinibaldi y había nacido en 1130
en el seno de una familia noble que se decía descendiente el emperador Carlomagno.
Era una joven de corta estatura que decidió vivir en soledad, dedicándose a la
oración y la penitencia, por lo que suele ser representada con una calavera,
atributo propio de los santos penitentes.
Al parecer, primero se
retiró a una cueva próxima Bivona y, posteriormente, lo hizo en el monte
Pellegrino, junto a Palermo, donde falleció a la temprana edad de 26 años.
De su existencia no se
duda, pues su culto estaba extendido en el siglo XIII, con templos a ella
dedicados en varias ciudades, celebrándose su fiesta el 4 de septiembre, aunque
en el siglo XVII había quedado parcialmente relegado.
En 1624, Palermo sufría
las consecuencias de la terrible epidemia de peste que asoló buena parte de
Europa y fue entonces cuando la Santa se apareció para indicar el lugar en el
que su cuerpo estaba sepultado. Aquí los relatos no coinciden, pues mientras
que unas fuentes afirman que se presentó a Matteo Bonello, otras señalan que fue
una mujer la que recibió la revelación. En cualquier caso, el 15 de julio de
ese año, sus restos fueron encontrados, a considerable profundidad, en el
interior de una cueva del monte Pellegrino (donde anteriormente ya habían sido
buscados).
El caso es que tras
distribuir las reliquias por la ciudad la epidemia cesó y su devoción se
extendió rápidamente por diversos lugares.
En la
catedral de Sevilla se conserva este precioso busto relicario de la Santa, cuya
devoción introdujo el aragonés (de Ariza) D. Jaime de Palafox y Cardona quien,
antes de hacerse cargo de la sede hispalense, había sido arzobispo de Palermo,
entonces perteneciente a la Corona de España.
El
arzobispo Palafox fundó un convento de religiosas capuchinas, en 1694, dedicado
a la Santa. Pero difundido su culto por los capuchinos llegó a otros muchos
lugares, siendo considerada también aquí abogada de la peste. Incluso en la
isla de la Palma hay una ermita dedicada a ella.
En el
museo del Prado se encuentra este lienzo de Anton van Dyck (1599-1641) que no
fue el único que pintó teniendo a Santa Rosalía como motivo, dado que cuando
aparecieron sus restos el pintor se encontraba en Palermo.
Pero,
retomando el tema de sus reliquias, es preciso señalar que, cuando fueron
encontradas, el cardenal Doria encargó a una comisión médica el análisis de sus
restos, cuyos miembros emitieron un dictamen según el cual no era posible
precisar que los huesos fueran humanos. Ante este informe negativo y cediendo a
las presiones, se constituyó una nueva comisión, con intervención de teólogos y
una nueva aparición de la Santa, concluyendo que pertenecían a ella, ante lo
que el cardenal ordenó su traslado a la catedral.
A mediados
del siglo XIX, el prestigioso paleontólogo británico William Buckland
(1784-1856), durante una visita a Palermo tuvo ocasión de verlos, percatándose
de que no eran huesos humanos, sino pertenecientes a una cabra.
Su
dictamen provocó la airada reacción de las autoridades religiosas que
intentaron desacreditar al ilustre paleontólogo, incidiendo en su condición de
no católico. Pero, al mismo tiempo, tomaron la decisión de encerrar los restos
en una artística urna que, teóricamente, no se ha vuelto a abrir.
Sin
embargo, en 1983, una revista tan relevante como Science insertó un trabajo con el llamativo título de “Santa
Rosalía was a goat” en el que abordando cuestiones ecológicas, retomaba la
opinión de Buckland.
Recientemente,
se ha difundido la noticia de que el arzobispado de Palermo había encargado un
nuevo examen de las reliquias cuyo resultado había sido que, efectivamente, se
trataban de los restos de una mujer joven, aunque no ha tenido la difusión que,
de ser cierto, merecería.
Mientras
tanto, la Santa sigue concitando la devoción de muchas personas en su santuario
de la cueva del monte Pellegrino donde, junto a la imagen recostada de la
joven, puede verse un relicario de plata (a la derecha de la imagen).
Porque
hay que distinguir claramente que una cosa es el culto a los Santos y otra muy
diferente el tributado a sus reliquias, objeto de múltiples supercherías y
falsificaciones en el pasado. De ahí, que depurar la autenticidad de las mismas
debía ser algo lógico, a pesar de las reticencias que suscita.
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