El primer romance de la obra de Joan Timoneda, que hemos
comentado en otro artículo, es el referido a D. Galcerán de Pinós y lo que le
acaeció durante la conquista de Almería en 1147.
Esta empresa militar fue acometida por Alfonso VII de
Castilla, contando con la ayuda del conde de Barcelona y príncipe de Aragón
Ramón Berenguer IV, el monarca pamplonés García Ramírez y el señor de
Montpellier Guillermo VII, junto con caballeros templarios y el apoyo naval de
las repúblicas de Pisa y Génova.
Aunque lograron hacerse con el control de la ciudad que, en
aquellos momentos, era la capital de una taifa e importante emporio comercial,
su dominio resultó efímero, dado que fue reconquistada por los almorávides y
terminó siendo incorporada al reino nazaríe de Granada.
Fue en el transcurso de las operaciones militares cuando fue
hecho prisionero Galcerán de Pinós, dando lugar al episodio que se narra en el
romance cuya inclusión en la obra, a juicio del Prof. Beltrán, fue
intencionado, dada la relación de ese personaje
con un miembro de la familia Borja, protagonista de un singular proceso
que queremos recordar.
Los Pinós eran miembros de una destacada familia catalana,
titulares de la baronía de su mismo nombre, que tenía su sede en el castillo de
Bagà (Barcelona) ubicado en las estribaciones de Pirineo y actualmente
restaurado.
La captura del señor de ese territorio causó el lógico
impacto entre sus deudos y su esposa puso en marcha los mecanismos necesarios
para lograr su libertad, mediante el pago del rescate, que como era costumbre,
fuera fijado.
Pero, las exigencias resultaron ser mayores de lo esperado,
dado que se pedían cien mil doblas, cien caballos blancos con freno y silla,
cien paños de oro de mesa “franjados de seda fina”, cien vacas bragadas y...
cien doncellas. A todo podía hacer frente, con gran sacrificio, la desdichada
esposa pero encontrar a cien muchachas para enviarlas a tierra musulmana
resultaba una misión aparentemente imposible.
Pero, los súbditos del barón se mostraron dispuestos a
colaborar ofreciendo a sus hijas, de manera “que aquel que dos hijas cría, dará
una libremente; y el que cuatro, dos daría; y el que una, con el otro que una
sola poseía, echará por ver la suerte en cuál de los dos cabía”. Gesto generoso
“sólo porque se rescate vuestro bien, nuestra alegría”.
Pero no hizo falta tamaño sacrificio, dado que el barón
obtuvo la libertad por la milagrosa intercesión de San Esteban que,
despojándole de las cadenas, lo puso en camino hacia Tarragona, encontrándose
con la comitiva de su rescate, lo que fue motivo de lógica alegría.
Hasta aquí el legendario relato del romance que tuvo un gran
eco y fue reeditado en unos momentos en los que un descendiente de ese Galcerán
de Pinós atravesaba momentos especialmente difíciles.
Se trataba de D. Pedro Luis Galcerán de Borja y
Castro-Pinós, un personaje vinculado de alguna forma con nuestra comarca, dado
que su padre Juan de Borja y Enríquez de Luna, III duque de Gandía, se había
casado en segundas nupcias con Francisca de Castro Pinós, hermana del vizconde
Ebol, señor de Fréscano, localidad en la que se firmaron las capitulaciones
matrimoniales en 1523. Con ella tuvo 12 hijos, entre ellos Pedro Luis. De su
anterior matrimonio con Juana de Aragón, había tenido otros siete, siendo San
Francisco de Borja el primogénito, por lo que el IV duque de Gandía y Prepósito
General de la Compañía de Jesús y Pedro Luis Galcerán eran hermanastros.
Pedro Luis nació en el palacio ducal de Gandía en 1528. Le
dieron también el nombre Galcerán, por tradición familiar y, a los nueve años,
heredó el título de barón de Navarrés. Con tan sólo doce años fue nombrado
comendador mayor de la Orden de Montesa, designándole un tutor para su
gobierno. Pero, cuando en 1544 murió el Gran Maestre Francisco Llanzol de
Romaní, se inició el complicado proceso de su sucesión que terminó
resolviéndose a favor del joven Pedro Luis, dispensado por el Papa de la
minoría de edad que le impedía ocupar ese importante puesto. Ello le granjeó
numerosos enemigos que tuvieron un papel relevante en el futuro. No menos importancia
tuvo el que, en 1558, contrajera matrimonio con Leonor Manuel, una dama
portuguesa de alta alcurnia, para lo que fue necesaria una nueva dispensa
papal, dado que por su condición de religioso no podía hacerlo.
Para entonces, sus relaciones con Felipe II no eran
cordiales. De hecho, a raíz de los enfrentamientos de los Borja con otras
familias, el monarca había mandado ejecutar en secreto a Diego de Borja,
hermano de Pedro Luis y otro hermano, Felipe Manuel, también condenado a
muerte, logró huir y que la pena le fuera conmutada por la de destierro.
Sin embargo, el rey le concedió el título de marqués de
Navarrés y, en 1566, le nombró Gobernador y Capitán General de las plazas de
Orán y Mazalquivir. Orán había sido conquistada en 1509 por el cardenal
Cisneros y, aunque se trataba de un buen destino, muchos lo interpretaron como
un alejamiento de Pedro Luis de los centros de poder.
Allí se encontró con su hermano Felipe Manuel (el que había
sido condenado a muerte) y lo cierto es que su actuación fue brillante y dejó
un buen recuerdo de su gobierno en la plaza.
Pero,
a finales de 1571, abandonó la plaza para realizar un viaje a la península y,
poco después, era detenido por la Inquisición y encerrado en sus cárceles. Se
enfrentaba nada menos que a una acusación de sodomía, un pecado que era objeto
de gravísimas condenas.
El
hecho de tratarse de un personaje tan importante que, además, era Gran Maestre
de la Orden de Montesa, provocó la lógica perplejidad y, aunque por su
condición de eclesiástico, intentó sustraerse del rigor del tribunal, no pudo
lograrlo y el proceso se prolongó durante dos años, contando con la aquiescencia
de Felipe II que vio en ello la posibilidad de alcanzar uno de los objetivos
que perseguía: la incorporación de la Orden a la Corona, como ya lo estaban las
tres órdenes militares castellanas.
Se
valieron para ello de la denuncia de un joven llamado Martín de Castro, al que
calificaban de “puto” al que habían sorprendido en la cama de otro caballero
distinguido, D. Juan de Gurrea y Ribagorza, descendiente de Fernando el
Católico, que termino siendo ejecutado. Al joven lo mantuvieron con vida porque
había contado su relación con el Maestre. Pero no fue el único acusador ya que
otros caballeros de la Orden, lógicamente enemigos, se despacharon a gusto narrando
las andanzas sexuales de Pedro Luis y, en concreto, con su criado Gaspar
Granulles, al que afirmaban lo habían visto siendo “cabalgado” por el Maestre.
Sorprendentemente el proceso se sustanció con la muerte en
la hoguera del “puto”, mientras que el Maestre recibió una condena extremadamente
benévola, una multa de 6.000 ducados y diez años de confinamiento en su
castillo de Montesa que no respetó.
Justo al cumplirse ese plazo de diez años, se produjo la
reconciliación de Felipe II quien, durante su visita a Valencia en 1586 lo
abrazó efusivamente, “olvidándose” de los acaecimientos anteriores. Era, desde
luego, una actitud meditada dentro de la estrategia del monarca.
Pedro Luis había experimentado el poder del rey con ocasión
de la ejecución de su hermano y los sinsabores de un proceso en el que se libró
“in extremis” de la muerte. De ahí que muy pronto alcanzara un acuerdo. A su
muerte, la Orden de Montesa pasaría a la Corona y, a cambio, él era nombrado
Virrey y Capitán General del Principado de Cataluña y de los ducados del
Rosellón y la Cerdaña. Ello representaba su completa rehabilitación, aunque el
cargo lo desempeñó durante muy poco tiempo, dado que falleció en Barcelona el
22 de marzo de 1592, siendo trasladados sus restos al panteón familiar de la
colegiata de Gandía.
Que este ilustre miembro de la familia de los Borja era “aficionado”
a los muchachos no ofrece ninguna duda pero hay que tener en cuenta que esas
prácticas no eran demasiado raras entre personajes relevantes de la época. Las
hemos visto en un descendiente del rey Católico y esa acusación también fue
utilizada contra Antonio Pérez en cuyo proceso inquisitorial consta que
elogiaba con frecuencia los encantos de los jóvenes italianos.
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