Los
casos de posesión diabólica y los exorcismos realizados para librar a las
víctimas de ella han sido un tema recurrente en el Arte y especialmente en el
Cine, con películas que alcanzaron gran notoriedad.
Actores
relevantes han encarnado la figura de un exorcista en la pantalla, pero también
son muy conocidos algunos de los personajes reales que desempeñan este
ministerio en sus respectivas diócesis, dado que la Iglesia autoriza la
práctica de exorcismos en determinadas circunstancias, siguiendo las
prescripciones establecidas para aquellos casos que no encuentran justificación
entre los especialistas médicos.
Pero,
lo que hoy queremos comentar es que en Borja existió un exorcista que alcanzó
cierto renombre, aunque terminó siendo procesado por la Inquisición. Se llamaba
Dionisio de Aybar Litago y lo dimos a conocer en nuestro Diccionario Biográfico, retomando su sorprendente historia en el
libro Crímenes ejemplares.
Lo
habíamos descubierto a través de una obra de D. Sebastián Cirac Estopiñán,
pudiendo constatar que había nacido en nuestra ciudad el 30 de enero de 1598,
siendo bautizado en la parroquia de San Bartolomé.
Cursó
los estudios eclesiásticos en el seminario de Tarazona, siendo ordenado
sacerdote. Ahora, hemos sabido que llegó a ser canónigo de la colegiata de
Santa María de Borja, donde podía haber llevado una apacible vida de no ser por
su inclinación a realizar conjuros y exorcismos.
Los
conjuros se realizaban con ocasión de tormentas. No era algo extraño, sino
habitual que se hicieran sonar las campanas y que un sacerdote “exconjurara”
desde la torre del reloj. Pero en el caso de D. Dionisio bastaba que se asomara
para que el cielo clareara con inusitada rapidez.
Él
creía ciegamente en sus “poderes”, entre los que destacaba la capacidad de
identificar a los hechiceros y de predecir, con asombrosa precisión el día y la
hora en que cada enfermo moriría. Pero además, su facilidad para expulsar
demonios era enorme. En una ocasión, lo llamaron al convento de San Francisco
para que exorcizase a uno de sus frailes quien, nada más verlo entrar en su
celda, comenzó a proferir grandes gritos diciendo: “Quitadme de aquí a éste,
que ha de ser el azote del infierno”.
La
fama alcanzada en Borja le llevó a trasladarse a Madrid, aunque ignoramos las
razones para una decisión que implicaba abandonar su canonjía borjana para
lanzarse, en cierto modo a la aventura.
Allí
siguió practicando sus exorcismos con el suficiente reconocimiento como para
que llegara a oídos de la Corte, hasta el punto de que Felipe IV expresó su
deseo de asistir a una de las sesiones del exorcista borjano.
En
julio de 1639, D. Dionisio estaba tratando de exorcizar a una mujer llamada
Catalina Manzano en la iglesia de Santa Catalina. Y hasta allí se trasladaron
el Rey, la reina Dª. Isabel de Borbón y otros altos dignatarios entre los que
no faltaba el omnipotente valido D. Gaspar de Guzmán, conde duque de Olivares.
Aunque
no hemos logrado precisarlo, creemos que esa iglesia es la existente en la
actual Alameda de Osuna, entre otras razones porque el conde de Barajas actuó
como anfitrión de lo que pudo ser una jornada de campo, con el espectáculo
añadido del exorcismo.
Pero
lo que pudo ser ocasión para reafirmar la fama del borjano se convirtió en su
ruina, dado que el exorcismo se convirtió en un laborioso proceso ante la
resistencia del demonio y cuando al final fue obligado a salir por D. Dionisio,
se produjo la hecatombe.
Satanás
comenzó a “profetizar” sobre el futuro de la monarquía, advirtiendo al rey de
la perniciosa influencia de Olivares, al que llamó “gordo”, “gordo de tantos
pecados” y, para demostrar que era verdad lo que decía, anunció el incendio del
palacio del Buen Retiro, la sublevación de Portugal y Cataluña y la conspiración
de Andalucía, lo que provocó un enorme alboroto entre los asistentes, que
abandonaron la iglesia sumamente contrariados.
Que lo
revelado por el demonio terminara cumpliéndose inexorablemente, no mitigó la
cólera de Olivares y la caída en desgracia de nuestro exorcista.
La
denuncia ante los tribunales de la Inquisición era un procedimiento habitual
para castigar a aquellas personas que no era posible perseguir por un
procedimiento civil y ya, en 1640, fueron presentadas varias denuncias en el
Tribunal de la Inquisición de Toledo, diócesis a la que entonces pertenecía
Madrid, acusando de superchería a D. Dionisio. Por razones no conocidas, el
procedimiento no siguió adelante en aquellos momentos.
Pero,
en 1645, volvió a retomarse. No deja de ser llamativo que ello ocurriera poco
después del fallecimiento del conde duque de Olivares, ya caído en desgracia.
Pero lo cierto es que D. Dionisio fue llevado preso a las “cárceles de
familiares” de la Inquisición en Madrid.
Conviene
señalar que había tres tipos de cárceles: Las llamadas “secretas” en las que se
encerraba a los reos procesados en régimen de incomunicación y extremo rigor;
las “perpetuas” para los ya condenados a pena de prisión” y las de “familiares”
a las que eran conducidos los “familiares” o funcionarios de la Inquisición, en
caso de ser procesados, los cuales disfrutaban de un trato mejor que los otros
reos. En este sentido, el exorcista borjano disfrutó de ciertas ventajas,
aunque debió permanecer preso durante más de un año.
Ahora,
hemos podido estudiar con detenimiento el procedimiento que le fue incoado por
curaciones supersticiosas, en el que se le denomina D. Dionisio Aybar y Borja,
aunque su segundo apellido no era ese. Sí se hace mención a su condición de “canónigo
de Borja”, aunque residente en Madrid.
Se
trata de un voluminoso legajo que incluye las denuncias de 1640 y los nuevos
testimonios recabados en 1645 que, en realidad y con indudable imprecisión, se
centran en las prácticas que realizaba el encausado para curar todo tipo de
enfermedades.
Porque,
D. Dionisio era un ingenuo, obsesionado con sus poderes no sólo para expulsar
demonios, sino para curar las más diversas dolencias, entre ellas los males de
orina que atribuía a demonios en forma de gusanos o serpientes que obstruían
las vías urinarias. Lo hacía de manera desinteresada por lo que su conducta
podría ser calificada ahora de intrusismo profesional.
Así lo
debieron entender también los miembros del Tribunal en su condena, pues en
contra de lo que han afirmado otros autores y nosotros mismos, sí la hubo,
aunque como puede verse en el folio que reproducimos, fue extremadamente
benévola, quedando limitada a ser reprendido gravemente y a ser desterrado a
seis leguas de los límites de la diócesis de Toledo por un período de ocho
años, prohibiéndole que realizase exorcismos “ni trate de curar a nadie de
ninguna enfermedad”, so pena de ser castigado.
Por el
momento, nada sabemos del final de nuestro exorcista que, en el momento de la
condena estaba a punto de cumplir 67 años, una edad avanzada para la época.
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