jueves, 30 de julio de 2020

El enigma de San Miguel


         En la Sala VI del Museo de la Colegiata de Borja se exhibe esta bella imagen de San Miguel que, originalmente, fue la titular de la parroquia dedicada al arcángel.
         Fue Rafael García quien recogió la noticia de que fue encargada por el ilustre jurista borjano D. Tomás Martínez Galindo, afirmando que fue realizada en 1730 por “Simón Lacasa, escultor, natural de Borja, que residía en Huesca”.
         Se trata, indudablemente, de una obra importante, por lo que parece razonable pensar que su autor tuvo que ser un artista de reconocido prestigio, pero el problema radica en que no hemos encontrado la más mínima mención de ese “escultor borjano”.
         En los libros parroquiales de Borja, localizamos a un Simón Lacasa, hijo de Diego Lacasa y de Rosa Castro, que fue bautizado en la parroquia de San Miguel el 26 de octubre de 1708 que, en el caso de ser el artista, hubiera tenido que realizar la imagen de San Miguel a la edad de 22 años, lo que no deja de ser llamativo.


         Comoquiera que Rafael García no cita la fuente de la que tomó la noticia (algo habitual en los eruditos que pasan por historiadores), en nuestro Diccionario Biográfico ya expusimos las dudas que nos planteaba esta cuestión, lo que no ha sido óbice para que otros autores, como Inmaculada Arias de Saavedra, también la recojan en trabajos académicos.



         Distinto es el caso de Tomás Martínez Galindo, cuya biografía es bien conocida. Nacido en Borja el 19 de diciembre de 1671, fue bautizado en la colegiata de Santa María. Tras graduarse como Doctor en Derecho en la Universidad de Zaragoza, inició una brillante carrera que le llevó a ocupar la plaza de fiscal en la Real Audiencia de Sevilla y, posteriormente, la de Oidor en la Real Chancillería de Valencia, ciudad en la que falleció el 6 de enero de 1736. Fue autor de dos obras (en realidad la misma con título diferente) en las que proclamaba su condición de borjano: “Aragonum Jurisconsulto Burgiensi”.




         Ahora, uno de los documentos localizados en el archivo Sánchez del Río, nos ha aportado nuevos datos. Tomás Martínez Galindo era hijo de José Martínez de Viana y de Victoria Ubau Galindo, estando emparentado con la progenie de Victoria Ubau, a la que también pertenecieron los Pérez, unos personajes importantes a los que nos referiremos en otro artículo, dado que uno de ellos fue quien sufragó la obra de la derribada parroquia de San Bartolomé.



         Pero no hay la menor alusión a su encargo de la imagen de San Miguel que, para el Dr. D. Alberto Aguilera Hernández es prácticamente imposible que pueda ser atribuida al desconocido escultor Simón Lacasa.



         Para el Dr. Aguilera la obra de Borja responde a un modelo iconográfico desarrollado por Luisa Roldán “La Roldana” (1652-1706), hija del también escultor Pedro Roldán que llegó a ser escultora de cámara de Carlos II. Había iniciado su formación en Sevilla, siendo la primera mujer española que ejerció el oficio y fue en su etapa en la Corte cuando realizó el San Miguel que se conserva en la basílica de San Lorenzo de El Escorial.




         Esta obra encierra una curiosa historia, dado que La Roldana se autorretrató como San Miguel, mientras que el diablo que tiene a sus pies es su marido Luis Antonio Navarro de los Arcos, al que había conocido cuando era aprendiz de escultor y con el que se casó a pesar de la oposición de su padre, siendo un matrimonio muy infeliz, por los malos tratos que le dispensaba el esposo.




         El modelo de Luisa tuvo su eco en otros escultores vallisoletanos, dando lugar a obras como la que se conserva en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, cuyo autor fue Felipe de Espinabete.
         En opinión del Dr. Aguilera el San Miguel de Borja está relacionado con ese círculo artístico y, como fundamento, aporta un dato desconocido hasta ahora, el que Tomás Martínez Galindo estuvo destinado en Valladolid y fue en su Real Chancillería donde inició su carrera como jurista, antes de marchar a Sevilla, algo que había pasado desapercibido.
         La intuición de D. Alberto Aguilera es sumamente sugerente, aunque por el momento sigue siendo una hipótesis en torno a una obra que aún no ha revelado el enigma que encierra su autoría.

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