No quisimos perdernos la XX edición de la Feria de Oficios Perdidos de Lituénigo que, para nosotros, constituye un modelo por su autenticidad y el enorme valor didáctico que tiene, respecto a un Patrimonio Cultural Inmaterial que no queda circunscrito a la localidad, sino que tiene una proyección mucho más amplia. Por eso, siempre nos ha sorprendido la escasa atención que le dedican los medios de comunicación social.
Desde primeras horas del sábado, la
afluencia de visitantes era muy grande, siendo complicado encontrar un lugar
para dejar los vehículos, a pesar de los aparcamientos habilitados en
diferentes zonas del entorno urbano. Este es uno de los aspectos que,
probablemente deberán mejorarse en el futuro.
Es un espectáculo admirable el poder contemplar,
entre esas flores que son un distintivo peculiar de la localidad en cualquier
momento del año, la labor de hilanderas, bolilleras o de quienes realizan la colada
en un terrizo con ceniza. Todo real, sin fingimiento alguno.
Queremos llamar la atención sobre estas
fotografías que recogen el trabajo de unas mujeres que están confeccionando calcetines
(los que aquí llamábamos “piales”) con cuatro agujas. Y lo hacemos porque, en
la tabla central del antiguo retablo gótico de Santa María, aparece una Santa
que está realizando la misma labor.
Vimos a quien echaba asientos de anea a
unas sillas y al mismo tiempo enseñaba el oficio a un joven. También estaban las
colchoneras vareando la lana, lo que interesaba a muchas personas que se
animaban a imitarlas.
Más adelante, el herrero, junto al fabricante
de adobas, con un amplio repertorio de moldes y, enfrente, los leñadores que,
con un tronzador, cortaban rodetes de un tronco, algo a lo que también se
animaban muchos visitantes.
No faltaban los puestos de elaboración
de embutidos, con todos los ingredientes preparados para ello y, en el pórtico
de la iglesia, una reproducción de la antigua escuela.
Un antiguo conocido nuestro mostraba el
variado repertorio de las escobas que elabora y, en un espacio cercano, un
grupo estaba preparando una carbonera para fabricar el carbón vegetal, tal como
se hacía antaño en los montes. Al lado de ellos, otros se afanaban en cocinar
un gran caldero con un apetitoso guiso.
Sin lugar a dudas, los que más
disfrutaban eran los niños, montando el borrico del aguador, cepillando el pelo
de los mulos, o contemplando el trabajo real de un esquilador.
La verdad es que las instalaciones de
los corrales, muy bien montadas, despertaban notable interés entre todos, pues
cada vez es más difícil el poder acercarse a los animales que, hasta hace no
demasiado tiempo, eran algo habitual en nuestras casas y calles.
Magníficas interpretaciones de jotas y
la música de Alam Folk alegraban la mañana. Por la tarde estuvieron, según nos
informaron, los Gaiteros de Albeta.
Recorriendo las calles podíamos
encontrarnos con todo tipo de oficios y trabajos, carpintería, alfarería,
cestería y la extraordinaria presencia del estañador (un símbolo de la feria) o
el afilador.
Pero también estaban presentes los
juegos tradicionales. Vimos practicar el tiro con herraduras y, en una calle
próxima, lo bolos en el suelo indicaban que también se había jugado con ellos.
En la pared, unos aros.
Por diferentes calles y sobre palets
bien tratados se mostraban fotografías de ediciones anteriores de la feria. Y
las flores siempre presentes. En un precioso rincón, el pregonero, otra figura
emblemática departía con un grupo de vecinos.
Lo que hemos reflejado en esta crónica
es sólo una parte de lo que puede verse en Lituénigo, que también cuenta con un
interesante museo etnológico. No es de extrañar, por lo tanto, que insistamos
en la importancia de una feria que no sólo muestra la realidad de los antiguos
oficios, sino que contribuye a perpetuarlos. Esta meritoria labor de todos los
habitantes de Lituénigo merecería un reconocimiento muy especial y, por parte
de nuestros lectores, el acudir a la próxima edición de la feria.
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