D.
Juan Manuel Serrano Lacaba nos ha llamado la atención sobre un acontecimiento
astronómico que tendrá lugar el 12 de agosto de 2026. Se trata de un eclipse
solar total que en Borja será visible a las 18:30 de ese día y durará un
minuto. Se da la circunstancia de que dicho eclipse solo se podrá observan en
Islandia y en una parte de España, por lo que es previsible que nuestra comarca
se convierta en centro de interés para astrónomos de todo el mundo, como ya
ocurriera con el eclipse del 18 de julio de 1860, al que luego nos referiremos,
por la trascendencia que tuvo.
Como
es sabido, un eclipse solar es el fenómeno que se produce cuando la Luna
oculta, total o parcialmente, el Sol en determinados lugares de la Tierra, lo
cual sólo ocurre cuando Sol y Luna se encuentran en conjunción, con esta última
en fase de Luna nueva. Aunque los eclipses parciales son relativamente
frecuentes, los totales son más raros y llamativos por el oscurecimiento a que
dan lugar durante un breve lapso de tiempo.
El
eclipse de 1860 tuvo especial repercusión en España, debido a que se limitó a
una franja de la península que discurría entre Bilbao y Valencia, despertando
enorme interés en los medios científicos de todo el mundo que prepararon
expediciones para desplazarse a observarlo en nuestro país. Sobre el mismo hay
publicados diversos artículos, entre los que destaca el del Prof. D. Jesús
Ildefonso Díaz de la Universidad Complutense que hace referencia a las expediciones,
procedentes de Rusia, Suecia, Prusia, Baviera, Estados alemanes, Italia, Suiza,
Inglaterra, Francia y Portugal, que vinieron a observarlo. Especialmente
importante fue la expedición inglesa que llegó a Bilbao y Santander, a bordo
del HMS Himalaya, con numeroso
material científico.
No
menos importante fue el papel desempeñado por la Real Academia de Ciencias, que
el citado autor se encarga de reivindicar, la cual publicó una Instrucción
sobre el eclipse de sol, con la suficiente antelación.
Mientras
buena parte de los científicos extranjeros se ubicaron en diversos lugares de
la zona afectada por el eclipse, la Academia y el Real Observatorio de Madrid
organizaron dos expediciones, una de las cuales tuvo como destino el Moncayo,
por considerar que era uno de los mejores lugares para la observación del
fenómeno.
La
expedición al Moncayo estuvo dirigida por D. Eduardo Novella y Contreras
(1818-1865), Primer Astrónomo del Observatorio de Madrid que, posteriormente,
publicó un informe con una relación detallada de lo acaecido en el transcurso
de la misma.
Con el
viajaron, por Tudela y Tarazona, el ayudante Tomás Ariño, el auxiliar Luis
Muñoz, así como el sargento Espínola y dos soldados artilleros que la Comisión
de Estadística General del Reino puso a su disposición. A ellos se les unieron
el Catedrático de Química de la Universidad Central D. Manuel Sáenz Díaz; D.
Valero Causada y Labastida, Catedrático de Física de la Universidad de
Zaragoza; D. Constantino de Ardanaz y Undabarrena, entonces Ingeniero Jefe de
Caminos y Diputado a Cortes y más tarde Ministro de Hacienda; y el alumno de la
Escuela de Caminos D. Celestino Olózaga, probablemente hijo del ilustre
político D. Salustiano de Olózaga.
Posteriormente
llegaron los astrónomos franceses Mon. Jean Chacornac y Mon. León Foucault (que
ha pasado a la historia por el experimento con el péndulo que lleva su nombre),
ambos del Observatorio de París; Mon. Nicolas Auguste Tissot, de la Escuela
Politécnica de París y Mon. Urbain Le Verrier Director del Observatorio de
París. Con ellos viajaron Karl Christian
Bruhns, Director del Observatorio de Leipzig; el coronel suizo Emile Etienne
Alfred Gautier que llegó a ser Director del Observatorio de Ginebra, así como el
comerciante de Leipzig Mr. Auerbach.
Efectuada
la distribución de tareas entre todos los que iban a participar en los
trabajos, D. Eduardo Novella se trasladó al Santuario de la Virgen del Moncayo,
donde inicialmente había previsto situar el centro de observación. Sin embargo,
al reconocer el lugar consideró más oportuno intentar establecerlo en la cima
del monte, subiendo al mismo, tras una penosa marcha. Comoquiera que era
preciso llevar hasta allí el material científico se dirigió a los ayuntamientos
de la zona para que enviaran hombres con el fin de construir una senda que
llegara hasta la cumbre.
Fueron
gentes de Añón, Lituénigo, San Martín y Tarazona los que asumieron ese trabajo,
trazando la senda que se sigue utilizando en la actualidad y que tiene su
origen en ese hecho histórico. Por otra
parte, el sargento y los soldados se encargaron de construir una caseta o
refugio, con techo de madera, para albergar los instrumentos.
Sin
embargo, cuando todo estaba dispuesto, las fuertes rachas de viento destruyeron
el tejado, por lo que D. Eduardo Novella decidió situar el puesto de
observación en la explanada situada frente al Santuario, aunque si las
circunstancias lo permitían no descartó ascender a la cumbre por la senda
recién trazada.
Pero,
en la mañana de 16 de julio, hubo una gran tormenta en la zona y, al amanecer
del 18, la cumbre del Moncayo amaneció cubierta de niebla, por lo que, ante el
riesgo de no poder contemplar el eclipse, una parte de la comisión bajo al
llano, donde afortunadamente el cielo estaba despejado y en una elevación
próxima a Tarazona se pudieron realizar los trabajo. Los que habían quedado en
el monte también pudieran verlo al levantase le niebla y, posteriormente,
permanecieron en la zona varios días para realizar las necesarias observaciones
para situar geográficamente los puntos de observación.
Esta
es la narración de lo ocurrido aquí, durante aquel eclipse que fue el primero
en el que se fotografiaron las protuberancias solares. Las primeras imágenes de
un eclipse total se tomaron en el de 1842, cuando la fotografía estaba en sus inicios.
Aunque
todavía faltan nueve años para el nuevo eclipse, la comunicación de Juan Manuel
nos ha servido para recordar al de 1860 y anunciar un acontecimiento que
suscitará, probablemente, el mismo interés.
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