A finales de este mes, la UNESCO decidirá sobre la posible inclusión del Paseo del Prado de Madrid en la Lista Representativa del Patrimonio Mundial. Aunque la candidatura presentada por España del Eje Prado-Retiro ha encontrado algunas objeciones por la supuesta falta de conexión entre ambos espacios, no cabe duda de que el citado paseo reúne elementos suficientes para alcanzar ese objetivo.
Allí
se encuentran monumentos tan emblemáticos como el Museo del Prado, el Jardín
Botánico o el Museo Nacional Thyssen Bonermisza. Pero, también, el Museo Naval
o el Caixa Forum y muy cerca el Museo Reina Sofía, lo que unido a edificios
emblemáticos o monumentos tan significativos como la fuente de Neptuno o la de
Cibeles convierten el recorrido por ese escaso kilómetro madrileño.
Durante
nuestra reciente estancia en Madrid, volvimos a visitar el Thyssen un museo
cuyas colecciones, muy diferentes a las de otros museos cercanos, constituyen
su mejor complemento, tanto por lo que aportan a determinados períodos poco
representados en Madrid, como por el hecho de ser una de las mejores
colecciones privadas de Europa.
Entre
los atractivos especiales que ofrecía en esta ocasión se encontraba la
exhibición del “Joven caballero en un paisaje” un magnífico retrato de Vittore
Carpaccio que acaba de ser restaurado, y una exposición temporal que no pudimos
ver por la gran cantidad de público que esperaba hacerlo en sus últimos días.
Pero
el recorrido por sus salas, ahora reacondicionadas con motivo del centenario
del barón Thyssen, siempre depara sorpresas y redescubrimientos. En otras
ocasiones nos habíamos detenido en las representaciones de buques que, por sí
solas, merecen una monografía.
En
esta ocasión quisimos detenernos ante esa magnífica obra que es “La muerte de
Jacinto”, de Giambattista Tiepolo, que no habíamos vuelto a ver desde que fuera
restaurada en 2017. Este gran pintor veneciano que había sido traído a España
por Carlos III para decorar los techos del Palacio Real, trabajó anteriormente
en Würzburg, etapa a la que pertenece este lienzo que le fue encargado por el
conde Wilhelm Friedich Schaumburg-Lippe hacia 1752.
Pero
el recorrido por sus salas, ahora reacondicionadas con motivo del centenario
del barón Thyssen, siempre depara sorpresas y redescubrimientos. En otras
ocasiones nos habíamos detenido en las representaciones de buques que, por sí
solas, merecen una monografía.
En
esta ocasión quisimos detenernos ante esa magnífica obra que es “La muerte de
Jacinto”, de Giambattista Tiepolo, que no habíamos vuelto a ver desde que fuera
restaurada en 2017. Este gran pintor veneciano que había sido traído a España
por Carlos III para decorar los techos del Palacio Real, trabajó anteriormente
en Würzburg, etapa a la que pertenece este lienzo que le fue encargado por el
conde Wilhelm Friedich Schaumburg-Lippe hacia 1752.
Como
muchos saben, Jacinto era un príncipe espartano de extraordinaria belleza del
que se habían enamorado hombres y dioses. Fue Apolo el que finalmente lo
conquistó y fue el causante de su muerte ya que, mientras jugaban lanzando el
disco, impactó en la cabeza del joven ocasionándole la muerte, ante la
desolación del dios que, como homenaje, hizo que las flores que llevan su
nombre quedaran moteadas con su sangre.
El
cuadro representa el momento en el que Apolo llora la muerte de su amante,
mientras contempla la escena el padre del muchacho, el rey Amiclas. Junto a
ellos, otros muchos elementos simbólicos como la estatua del dios Pan, el
guacamayo o el “amorcillo” situado tras la cabeza de Jacinto.
La
historia de Jacinto aparece en las Metamorfosis
de Ovidio, donde la muerte es provocada por el impacto accidental del disco
lanzado por Apolo. ¿Cuál es por lo tanto la causa de esa sustitución del disco
por una pelota de tenis?
Quienes se han ocupado del tema sugieren que ello fue debido al influjo que tuvo en muchos artistas la traducción de las Metamorfosis realizada por Giovanni Andrea dell'Anguillara (1517-1570), una versión extremadamente libre en la que la muerte de Jacinto se enmarca en un partido de tenis que describe minuciosamente.
De
hecho, conocemos otro lienzo en el que ambos amantes aparecen también con
raquetas de tenis. Es esta obra que, durante mucho tiempo, fue atribuida a
Caravaggio y que, actualmente, se considera que fue realizada por su discípulo
conocido como el “Cecco da Caravaggio”.
Lo
que es indudable es que, en el siglo XVI, el tenis ya era un deporte popular
entre una determinada clase social y Caravaggio lo practicaba asiduamente,
hasta el punto de que su condena a muerte fue provocada por la discusión que se
suscitó con su contrincante en uno de esos encuentros. Sin intención de
matarlo, según adujo, le cortó con la espada el pene, provocándole una brutal
hemorragia a consecuencia de la cual falleció, teniendo que huir el pintor para
eludir la condena.
El
cuadro de Tiepolo fue realizado dos siglos después y de nuevo resurge el tenis,
representado por la raqueta, las pelotas y hasta la red que aparece caída entre
los dos grupos. Al parecer el comitente era también aficionado a ese deporte,
como lo había sido su abuelo, que había muerto por agotamiento practicándolo.
Además, el conde Wilhelm Friedich Schaumburg-Lippe encargó el cuadro para
recordar a un joven músico (para algunos de origen español) que había sido su
amante y con el que es posible que jugara al tenis.
Con
todos esos antecedentes no es de extrañar que la obra sea considerada un icono
gay y que el museo eligiera para presentar la restauración la fecha de
celebración del Día del Orgullo en 2017.
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