jueves, 20 de abril de 2023

La capilla de San Felipe Neri

 

         Una capilla de reducidas dimensiones, pero muy interesante es la que, en la actualidad, está dedicada a San Felipe Neri, que el Dr. D. Alberto Aguilera ha documentado en 1530, sugiriendo la posibilidad de que estuviera dedicada a la Trinidad o a San Andrés. Es curioso que quienes hemos conocido su relativamente reciente dedicación a San Felipe, no recordemos al titular anterior, pero habrá alguien que podrá aclarárnoslo.


         La capilla está situada junto a la puerta de acceso a la nave de la colegiata y encastrada en el espacio que deja la torre del reloj, ligeramente ladeada respecto a la orientación del claustro.

 




         Se accede a ella por un arco de medio punto, enmarcado por pilastras acanaladas y sobre él un frontón triangular, flanqueado y rematado por pináculos. En él está representada la faz de Cristo, coronado de espinas, que vuelve a aparecer a ambos lados del arco. El entablamento está decorado con cabezas de angelotes.

 

         Todo el pavimento del reducido espacio interior de la capilla está ocupado por una magnífica lauda sepulcral que, durante mucho tiempo estuvo parcialmente oculta. Tras su reforma en la época citada pudo comprobarse que se trata de la sepultura de un caballero, representado en bajo relieve y con una orla en todo su perímetro que lo identifica.

 


         Se trata del “honorable” Antón Francés mayor, fallecido en mayo de 1403 y, por lo tanto, antes de la construcción del claustro, lo cual nos plantea la posibilidad de que la lauda fuera trasladada, posteriormente, a ese lugar.

 


         Aparece representado con la espada sobre su pecho y la cabeza reposando en una almohada. Se toca con un bonete de que sobresalen los cabellos a ambos lados de las sienes.

 



         En sus armas figura la flor de lis que siempre utilizó esta ilustre familia que desempeñó un importante papel en la historia de Borja. D. Carlos Sánchez del Río que la estudió documentó la presencia de Jaime Francés que contrajo matrimonio hacia 1480 con Violante de Vera, el cual tenía otros dos hermanos, llamados Pedro y Miguel. Todos ellos pertenecían, sin duda, a una generación posterior cuya relación con el enterrado en Santa María no está documentada. Existe otra rama, encabezada por un Antón Francés, fallecido en 1532, que estaba casado con Isabel de Mallén y, en cuya sucesión se repite, con frecuencia, el nombre de Antón. Precisamente, en 1530, la capilla era propiedad de un Antón Francés que, posiblemente, era el fallecido dos años después.

 

         Siendo Párroco de Santa María D. Felipe Villar Pérez (1917-2003) decidió dedicar la capilla a San Felipe Neri, Santo al que, por razones lógicas, tenía especial devoción. Hizo uso, para ello, de un lienzo que consideramos sumamente interesante, tanto por su calidad, como por sus aspectos iconográficos.

 

        En el reverso del cuadro se hace constar: “Es de la Congregación y Escuela de Nº Sr. Jesu-Christo, fvndada en este Insigne Iglesia Colegial de la Ciudad de Borja el año de 1725”.  A esa institución dedicaremos un artículo más adelante.

 

         Conviene recordar quién fue San Felipe Neri (1515-1595), un extraordinario Santo, fundador de la Congregación del Oratorio, a la que, entre otros, perteneció mucho más tarde otro Santo, el cardenal Newman (1801-1890).

         Perteneciente a una familia acomodada (el padre era notario), siendo un joven laico se dedicó, junto con otros compañeros, a evangelizar a los habitantes de Roma, una ciudad que padecía las consecuencias de un clero abandonado a sus corruptelas. Dedicado a su misión apostólica, vivía con enorme austeridad, llegando a ser conocido como el “Apóstol de Roma”. Ordenado sacerdote desarrolló una inmensa labor en el confesonario, destacando por su clarividencia para penetrar en el alma de quienes acudían a él. Experimentó numerosas visiones, especialmente durante la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, que se prolongaba durante horas y tuvo también el don de la bilocación.

         Después de muerto, continuó haciendo prodigios y milagros hasta nuestros días, en los que cuenta con numerosos devotos, siendo un ejemplo para sacerdotes y laicos comprometidos.

 

         Decíamos que la iconografía de esta obra era interesante dado que lo representado en ella es una visión que San Felipe tuvo, mientras oraba en las catacumbas de San Sebastián, un lugar al que solía retirarse. Allí, en 1544, se le apareció el Espíritu Santo, infundiéndole un corazón ardiente que creció de tamaño, hasta el punto de provocar la rotura de varias costillas, hecho que se pudo comprobar post-mortem.

         El Santo, con las manos extendidas y vistiendo el hábito negro de los miembros del Oratorio, contempla al Espíritu Santo que, en forma de paloma, aparece en un rompimiento del cielo, soplando rayos que alcanzan su corazón.

 

         Al pie de la composición pueden verse las azucenas con las que, como símbolo de pureza, suele representarse. Junto a ellas, hay dos capelos cardenalicios a los que supuestamente renunció. Lo habitual es que sean un capelo y una mitra, aunque en este caso la identificación es clara. 


         En el copete del cuadro, también aparece el corazón ardiente de la visión. No son muchas las representaciones de la misma, siendo más habituales las imágenes de otra visión en la que se le apareció la Virgen, en el transcurso de la cual le curó de una dolencia en la vesícula, de la que estaba siendo atendido.

 

         Terminamos con una referencia a los azulejos que forman el frontal del altar, los cuales proceden del presbiterio de la nave central y son también de interés.



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