Proseguimos nuestro recorrido por el claustro de Santa María, deteniéndonos en otras dos pequeñas capillas, situadas junto a la puerta de acceso a la de la Virgen de la Peana, que suelen pasar desapercibidas y, debido al mal estado de los lienzos en ellas existentes, hay personas que no identifican a sus titulares.
Una de ellas es la dedicada a San Roque
que, para Borja, no es un Santo cualquiera, dado que, durante la terrible
epidemia de peste que afecto a Aragón, a mediados del siglo XVII, en 1652, nuestra
ciudad decidió acogerse bajo su protección, haciendo voto perpetuo de celebrar
todos los años su fiesta, lo que dejó de cumplir en época contemporánea.
Queremos recordar que el Santo había nacido en Montpellier,
hacia 1295. Siendo muy joven quedó huérfano y, entonces, vendió todo el
patrimonio familiar entregándolo a los pobres, entrando a formar parte de la
Orden Tercera Franciscana. Decidió marchar a Roma como peregrino y durante el
viaje de ida se dedicó a atender, en las localidades del recorrido, a los
enfermos de la peste que se abatía por Europa. Lo mismo hizo en Roma, hasta que
en el viaje de regreso contrajo la enfermedad en Piacenza, decidiendo retirarse
a un bosque para no contagiar a otras personas. Allí sobrevivió con el pan que,
cada día, le llevaba un perro. Sanado milagrosamente, él mismo propició otras
curaciones, hasta que en la localidad de Angera, al norte de Italia, fue
detenido y acusado de espía. Murió en la cárcel a los 32 años de edad. Su fama
se extendió rápidamente y se convirtió en protector frente a la peste y otras
enfermedades contagiosas, siendo elegido como patrón por numerosas localidades.
Por todo ello, se le representa vestido de peregrino,
mostrando las huellas de la enfermedad en sus piernas y con el perro que lo
alimentaba a su lado. En el lienzo de la capilla que estamos comentando, lleva
el traje de peregrino, ornado con conchas de vieiras y con el bordón en una
mano. En la otra porta un libro. Como suele ser habitual, descubre una de sus
piernas, en la que aparece una llaga que cura un ángel y, junto a la otra,
puede verse al perro con el pan al que hemos hecho referencia.
A pesar de que, en el pasado, esta otra
capilla fue objeto de especial atención por parte de muchas mujeres
embarazadas, es posible que, en la actualidad, no sean muchas las personas que
identifiquen a su titular.
Se trata de San Ramón Nonato, hijo de
una mujer de la localidad de Portell (Lérida) que, cuando iba a dar a luz
falleció. Acertó a pasar por allí el vizconde de Cardona D. Ramón Folch, quien
con gran habilidad abrió el vientre de la fallecida con su daga y extrajo vivo al
niño, que al ser bautizado recibió el nombre de Ramón, en homenaje a su
salvador, siendo conocido como “Nonato”, por las circunstancias que rodearon su
nacimiento, lo que le convirtió en protector de los partos.
Siendo pastor, se le apareció la Virgen de la Merced, pidiéndole
que ingresara en la Orden que la tiene por titular, dedicada a redimir cautivos.
Así lo hizo y fue enviado a Argel para cumplir ese cometido, comprando la
libertad de muchos con el dinero que llevaba, procedente de las limosnas
reunidas por la Orden.
Pero, cuando se acabó, quedó en rehén por otro cautivo, algo
habitual entre los mercedarios y, estando preso, fue sometido a un terrible
castigo por haber intentado predicar la Fe cristiana. Le taladraron los labios
con hierros incandescentes y le colocaron un candado. Así estuvo, hasta que, en
1239, pudo ser rescatado por sus compañeros. Regresó a España y fue creado cardenal
ese mismo año por Gregorio IX, pero murió poco después con 36 años.
El lienzo que lo representa en la
capilla es muy interesante, por su rica iconografía, aunque se encuentra en muy
mal estado, siendo muy conveniente su restauración. En él, el Santo es
representado con muceta de cardenal y el emblema de su Orden, en la sobrepelliz.
Está arrodillado, con los brazos
extendidos, contemplando la visión (representada en la parte superior) en el
que la Virgen le ofrece una corona de flores y Cristo otra de espinas, en representación
de la vida de sacrificio que decidió elegir.
A sus pies, tres de sus atributos
personales: el candado con el que sellaron sus labios (a la izquierda), una
palma con tres coronas con las que suele ser representado, a pesar de que no
fue mártir, en sentido estricto, aludiendo a las virtudes heroicas que
practicó, y a la derecha, el capelo cardenalicio por el que nunca tuvo especial
estima.
De hecho, en el ángulo inferior izquierdo
aparece la representación de un episodio de su vida en el que, acompañado por
otro miembro de la Orden, cubre con el capelo a un mendigo al que,
posteriormente, llevó a convento y dio de comer. Era, en realidad, el propio
Cristo que aquella noche se le apareció, junto a su Madre, en el transcurso de
la visión antes comentada de las dos coronas.
Junto a esas capillas se encuentra una
lápida de factura moderna que alude a la supuesta aparición de la imagen de la
Virgen de Misericordia, enterrada en aquel lugar, algo que la historiografía
actual cuestiona.
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