En el cementerio de Polloe del barrio de Egía de San Sebastián se encuentra este monumento dedicado a las víctimas de la mayor tragedia acaecida, en tiempo de paz, en la capital donostiarra: el incendio que el 19 de marzo de 1893 arrasó tres edificios de la calle Urbieta ocasionando la muerte de 25 personas, entre ellas varias relacionadas con nuestra ciudad.
El
monumento, costeado por suscripción popular fue realizado en el taller
marmolista de Francisco Eguren y en el círculo superpuesto a la cruz aparece la
frase “Spes única” y en la basa, la letra “Omega” y una palma junto con la inscripción
“Víctimas del incendio de la calle Urbieta. 1893”.
El
suceso que conmocionó a toda la población se inició sobre la dos de la
madrugada del día de San José, en el sótano del nº 6 de la citada calle donde
D. Benito Odriozola, propietario de un comercio situado en la planta baja en el
que dispensaban una amplia gama de productos, desde comestibles y confitería
hasta bebidas alcohólicas y material de droguería. Esa era la razón por la que
se almacenaba en el sótano varias garrafas de alcohol que se prendieron con el
fuego de una estufa. El Sr. Odriozola intentó controlar las llamas, pero no
pudo impedir su rápida propagación por toda la casa y las viviendas
colindantes, las correspondientes a los números 4 y 8 que terminaron siendo
destruidas, aunque dio tiempo para evacuar a sus vecinos.
No ocurrió
lo mismo con los del nº 6, sorprendidos en pleno sueño. Algunos pudieron huir
como lo hizo el teniente Sr. Arroyo y su cuñado Malaquías Calvo que era natural
de Borja. Vivían en el cuarto piso y lograron salir al tejado pero se
percataron que atrás había quedado el resto de la familia, decidiendo volver en
su busca. Primero lo hizo Malaquías y, cuando intentó seguirle su cuñado, el
humo y las llamas se lo impidieron. Fue el único que se salvó, pues entre los escombros
quedaron sepultados Malaquías Calvo de 30 años; su hermana Gregoria Calvo de
Arroyo, de 44 años; dos sobrinas llamadas Isabel y Paula Santa Magdalena Calvo
de 15 y 6 años respectivamente, así como Francisca Calvo Ventura, de 62 años,
madre de Malaquías y Gregoria.
Malaquías
de quien en La Voz de Huesca se
señalaba que era “inteligente y apreciadísimo tornero” era además el tesorero
de la Sociedad de Socorros “La Unión Obrera” que, según El Diario Vasco, era una de las más pobres de la ciudad, dándose la
circunstancia de que, por acuerdo de la comisión, Malaquías guardaba en su casa
todos los fondos de la sociedad que ascendían a unos 5.000 reales, los cuales
se perdieron en el incendio.
Otro
caso terrible fue el de José Ramón Varela un popular zapatero que había
presentado sus trabajos en la exposición universal de Chicago. Vivía en el quinto
piso y, en un primer momento, pudo llegar hasta el patio con su esposa Martina
Goenaga pero, al darse cuenta de que, con la precipitación, se habían olvidado
de los niños, volvieron subir a recogerlos, muriendo todos en el empeño. Marido
y mujer tenían 30 años y los niños era Manuel de 10 años y Beatriz de 9 años.
A la
gravedad del incendio contribuyó la ineficaz organización del servicio contraincendios
cuyos miembros trabajaron denodadamente pero con sin contar con los medios necesarios,
dándose la circunstancia de que, en un primer momento, no pudieron utilizar las
mangueras al haberse instalado recientemente en ese sector de la ciudad unas
bocas de riego diferentes, para las que no tenían el necesario dispositivo de
acoplamiento.
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