Hace dos días destacamos el acierto que había supuesto la recuperación de la calle Mateo Sánchez y la adecuación de varios espacios ajardinados en torno a la misma. Curiosamente, nuestras opiniones no son compartidas por todos, como lo demostró un comentario formulado, a través de Facebook, sobre el tipo de pavimentación elegido que, por otra parte, no dista mucho de habitual en otros cascos históricos de toda España.
Pero
hoy queremos referirnos a otro espacio situado en la calle de San Bartolomé que
también fue concebido para el disfrute colectivo, aunque compatibilizándolo con
el de aparcamiento, para el que se reservaba una zona. Esa convivencia siempre
resulta imposible, en detrimento del peatón y hasta de la vegetación, como
quedó demostrado por los avatares sufridos por aquel arbolito que terminó
sucumbiendo por el acoso al que fue sometido por los coches. Del que fuera
definido como “jardín colgante” no queda nada y todo el espacio es ocupado por
los coches que, en ocasiones, llegar a cerrar al acceso a las escaleras que conducen
a la calle Trébedes.
Al
fondo se dispusieron unas rejas que cerraban unas cavidades con agua que,
iluminadas, tenían cierto encanto. Pero las luces se apagaron hace tiempo y
allí se acumulan las latas y otros desperdicios. Además, al llegar la noche
toda la zona ha estado sumida en la oscuridad desde hace mucho tiempo.
Los
desprendimientos que se producen en otro sector supone, además, un grave riesgo
para quienes se aventuren por esos lugares, incitados tal vez por el deseo de
ver que hay tras unas llamativas rejas.
Las
pintadas, los cubos de basura, determinados cerramientos y el sector pendiente
de rehabilitar de la citada calle de Trébedes constituyen también un testimonio
de una reforma que, proyectada y realizada con la mejor intención, no se ha
visto culminada por el éxito sirviendo, únicamente, para algunos eventos como
el Festival Amante o la recreación histórica, despejada para esas ocasiones de
los vehículos que la invaden.
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