Hoy
celebramos en España, salvo en determinadas localidades como Toledo o Daroca,
la solemnidad del Corpus Christi, en la que se adora de manera especial el gran
misterio de la Eucaristía por el que el Cuerpo y la Sangre de Cristo se hacen
presentes en las especies eucarísticas.
La pandemia ha contribuido a hacer menos visible uno de los días más grandes del calendario litúrgico que ya venía palideciendo desde que se decidió dejar de celebrarlo en el jueves siguiente a la solemnidad de la Ascensión, para trasladarlo al domingo, lo que no ocurre en otros muchos países. Dejaban así sin sentido aquel dicho popular en el que se afirmaba “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Sólo nos queda ya el Jueves Santo y no hemos visto las ventajas derivadas de los cambios.
La
impulsora de esta fiesta fue Santa Juliana de Mont Cornillon (1193-1258),
abadesa de un monasterio situado en las cercanías de Lieja (Bélgica), siendo en
esa diócesis la primera en la que se celebró en 1246.
Una
serie de prodigios, ligados a la celebración de la Eucaristía contribuyeron a
que el Papa Urbano IV la instituyera para toda la Iglesia en 1264. En
principio, circunscrita al interior de los templos pero, desde 1447, acompañada
por una procesión litúrgica por las calles de todas las ciudades, tras la presidida
por el Papa Nicolás V por las de Roma.
En
varias ocasiones hemos insistido en la diferencia fundamental que existe entre
ésta y otras procesiones que tiene un carácter meramente devocional en honor de una determinada imagen o
advocación.
Lo
que, de acuerdo con la Fe de la Iglesia, desfila por las calles el día de Corpus
Christi es el propio Cristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que
real y verdaderamente se hace presente en la Hostia consagrada.
De ahí
que, mientras fue posible, la custodia era portada por sacerdotes y las magníficas
obras de orfebrería creadas para esta ocasión. Mientras España fue un país
católico, las tropas cubrían carrera al paso del cortejo y en los lugares como
Borja en los que eso no era posible, daba escolta al Santísimo la Guardia Civil
en uniforme de gala.
En el
transcurso del tiempo, muchas costumbres fueron añadiéndose para dar mayor realce
a la procesión. En Borja, los gigantes abren el paso de la comitiva en la que
tomaban parte todos los bustos procesionales y las banderas y pendones de
cofradías y asociaciones. Los niños y niñas de Primera Comunión arrojaban
flores delante de la custodia y el M. I. Ayuntamiento asiste en corporación
desde tiempo inmemorial.
Otras se
han perdido sin un motivo real, como las paradas o estaciones que se hacían en
tres lugares de la ciudad: plaza de las Canales, plaza del Olmo y plaza de San
Francisco o el reparto de ramilletes de flores entre las autoridades durante
esas detenciones en las que se impartía la bendición con el Santísimo.
Hay
localidades en las que las calles por las que pasa la procesión se adornan con
alfombras de flores o de serrín teñido de colores. Una de las aragonesas es
Tamarite de la Litera (la primera imagen), aunque las hay en otras muchas, como
La Laguna (Canarias) (la segunda foto).
De
serrín son también las de Elche de la Sierra (Albacete) con resultados tan
espectaculares como el que muestra esta fotografía, donde se aprecia la forma
de realizarlas. Hubo un año en el que se nos ocurrió la idea de crear una alfombra
de estas características en la plaza de Aguilar. No era algo sencillo, pero
estábamos dispuestos a asumir la tarea, pero la iniciativa fue radicalmente rechazada
por quién podía hacerlo y se manifestaba contrario a cualquier tipo de
innovación. Al fin y al cabo, la Iglesia está reduciendo su presencia en el
ámbito civil, mientras los templos se vacían de fieles de manera alarmante.
Hubo un párroco de nuestra ciudad que se lamentaba de que “cada año se me muere
un banco”.
El
recurso fácil sería recurrir a la conocida frase de que “el último que apague
la luz”, pero los ojos de muchas personas que sufren por lo que están viviendo
se vuelven hacía ese Señor del tiempo y de la historia que, hoy como siempre,
se hace presente entre nosotros con la confianza en sus designios que no
siempre se ajustan a nuestros deseos.
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