domingo, 23 de enero de 2022

Consecuencias de las revoluciones en la edad de quienes las padecen

 

         El general D. Romualdo Nogués y Milagro fue, entre otras cosas, un destacado escritor que firmaba con el seudónimo de “Un soldado viejo natural de Borja”, en homenaje a la ciudad que le vio nacer y en donde, actualmente, tiene dedicada una calle.

         Entre sus obras se encuentran los Cuentos, dichos, anécdotas y modismos aragoneses, de los que editó varias series, en las que con esa ironía tan característica de nuestra tierra relata numerosas anécdotas, muchas de ellas referidas a Borja, que constituyen una interesante fuente de información de aquella época, aunque siempre es necesario contrastarlas con otras, dado que el general dejaba volar, en ocasiones, su imaginación.


         En la segunda serie, publicada en 1885, refiere una simpática anécdota ocurrida en Borja, tras proclamarse la revolución de 1868, la llamada “Gloriosa”, que provocó el derrocamiento y exilio de la reina Isabel II.


         Las consecuencias de aquella revolución en Borja han llegado hasta nuestros días, ya que la Junta Revolucionaria que la proclamó aquí y de la que, por cierto, formaba parte D. Pablo Rivas Altemir, primer representante de esa saga familiar en nuestra ciudad, procedió a incautarse del convento de capuchinos, donde había vuelto a establecerse esa orden, expulsada tras la Desamortización, así como del Santuario de Misericordia y “de todas sus ermitas”. De ahí surgió la actual Fundación Hospital Sancti Spiritus y Santuario de Misericordia.


         Cuenta el general Nogués que, por entonces, había en el convento de Santa Clara una religiosa llamada Sor Juana Pellicer.

         Cuando un grupo de personas acudieron al locutorio del convento para comunicarles lo ocurrido, ante el temor de que la revolución pudiera ocasionarles algún tipo de molestias, como había sucedido en el pasado, sor Juana exclamó, muy afectada “¡Estos disgustos me van a acortar la vida!”. El general, seguidamente, precisa irónicamente: “Sor Juana hacía ya tiempo que había cumplido los 90 años”.

         El chascarrillo es divertido, pero posiblemente D. Romualdo exageró respecto a la edad de la religiosa, dado que por el obituario del convento sabemos que falleció el 23 de marzo de 1895. Por lo tanto, de ser cierto que en 1868 tenía más de 90 años, al morir hubiera tenido más de 117. No creemos que los disgustos provocados por las revoluciones, le hubieran “acortado” tanto la vida, pero no cabe duda de que debió morir muy anciana.




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