lunes, 29 de enero de 2024

La terrible ejecución del magnicida que atentó contra Fernando el Católico

 


     En el breve recorrido que estamos efectuando por algunas de las más crueles ejecuciones de condenados, hoy comentaremos la infringida al autor del atentado al rey Fernando el Católico, en 1492, en Barcelona, ciudad a la que había llegado tras su visita a Borja.


         Como es sabido, los Reyes Católicos habían llegado a la ciudad condal el 18 de octubre de 1492, con el fin de seguir, desde allí, el desarrollo de las gestiones que estaba llevando a cabo el borjano Juan de Coloma para la recuperación del Rosellón.

Allí se encontraban el 7 de diciembre, cuando al descender el rey Fernando por las escaleras del Palacio Real para montar en su caballo, un individuo llamado Juan de Cañamares se abalanzó sobre él, propinándole una tremenda puñalada con un “terciado” o machete largo, con el que llegó a alcanzarle, aunque la trayectoria del arma fue desviada por la gruesa cadena de oro del Toison que el rey llevaba al cuello.

 

En el Dietari del Consell de Cent de Barcelona, conservado en Archivo Histórico de la ciudad de Barcelona, existe un sencillo dibujo que representa el intento de magnicidio y las características del arma empleada.

 

         Según las crónicas, Juan de Cañamares fue inmediatamente reducido por el camarero real Antonio Ferriol y su mozo de espuelas Alonso de Hoyos, que le apuñalaron y a punto estuvieron de ocasionarle la muerte, sino fuera porque el propio rey lo impidió para que pudiera ser interrogado.

         Entre los presentes, se encontraba D. Pedro Lázaro Pérez de Albero, perteneciente a una de las más distinguidas familias de Borja. En aquel momento ejercía el cargo de Alguacil Mayor de la Inquisición y a él fue a quien Fernando el Católico regaló el arma empleada en el atentado, como se escenifica en la recreación histórica de nuestra ciudad.

 

         El rey pudo morir en el acto y, aunque se salvó, poco más tarde se encontró de nuevo en grave riesgo, como consecuencia de la infección de la herida. La tensión ocasionada por el atentado fue enorme ya que, en un principio, se pensó en una motivación política, dado el poco afecto que al monarca se le tenía en Cataluña y, para prevenir las consecuencias, la reina Isabel ordenó que las galeras fueran alistadas para facilitar, en caso necesario, la evacuación de la familia real.

 

         No fue necesario porque Juan de Cañamero, sometido a duros interrogatorios con tortura, confesó ser el único autor, llegándose a la conclusión de que se trataba de un desequilibrado, a pesar de lo cual y del perdón del monarca, no se libró de un fin extremadamente cruel.

         De su terrible desarrollo escribieron los cronistas Andrés Bernáldez y Pedro Miguel Carbonell, con versiones que no siempre son coincidentes. Según el primero:  “Fue puesto en un carruaje y traído por toda la ciudad; y primero le cortaron la mano con la que atacó al rey y con unas tenazas de hierro ardiendo le sacaron una tetilla y un ojo, y después le cortaron la otra mano y otro ojo y la otra tetilla, la nariz, le abrieron el vientre con tenazas ardiendo, cortaron los pies y le sacaron el corazón por la espalda. Lo sacaron de la ciudad y los mozos y muchachos lo apedrearon, quemaron y tiraron sus cenizas al viento”.

Carbonell, que era cronista de la ciudad y fue testigo de la ejecución escribió que la primera parada del cortejo e hizo coincidir con el lugar donde se había producido el atentado. A los pies de las escalinatas de la plaza del Rey, el verdugo procedió a cortarle la mano y parte del brazo derecho, aquel con el que había empuñado el arma homicida.

A continuación, el cortejo penitencial siguió la ruta utilizada para la procesión del Corpus, haciendo sucesivas paradas para ir mutilando al condenado ante la muchedumbre. En un lugar le sacaron un ojo, en el siguiente le cortaron la otra mano, más tarde el otro brazo, y así hasta llegar al Portal Nou, donde se prendió fuego a aquella estructura de madera y las cenizas fueron esparcidas al viento.

La reina había enviado, con anterioridad al suplicio, a unos religiosos para que lo confesaran, lo que lograron a pesar de las reticencias iniciales del reo y, según su versión, recuperó la cordura. También pidió la reina que fuera estrangulado, por piedad, antes de ser sometido a tan terrible castigo. No se hizo así, sino que todo se llevó a cabo en vida, aunque hay versiones diferentes acerca del momento en el que pereció.


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