En el archivo de la familia Ojeda se conserva este curioso cartel de una supuesta becerrada, celebrada el 6 de junio de 1885, escrito en tono burlesco, cuya redacción no tiene desperdicio. Parece tratarse de una broma como aquel cartel que editó en Borja Francisco Domínguez, al que dedicamos un artículo en este blog.
Pero, al margen
de la broma, ofrece datos interesantes sobre algunos aspectos de las corridas
de toros que vamos a comentar, junto con lo más llamativo del mismo.
En primer
lugar, anuncia que los toros procederán de una ganadería “extranjera”, la de D.
Victoriano Ripa, de Milán. Es un juego de palabras que hace referencia a la
conocida ganadería de Ejea de los Caballeros, que había sido fundada en 1874,
por D. Gregorio de los Santos Ripamilán y tras el terrible y oscuro asesinato
perpetrado contra él y su hijo, se hizo cargo de la misma su hermano D.
Victoriano Ripamilán.
El anuncio de
que “el ganado estará de manifiesto en los escaparates de La Moda Elegante,
de ocho a diez de la mañana” es todo un dislate, pero nos recuerda que ese establecimiento,
propiedad de D. Saturnino Ruíz, era uno de los más populares de Zaragoza.
Entre las
causas de suspensión del festejo, sin derecho a devolución del importe de la
localidad, se incluye la posibilidad de un terremoto, algo tan frecuente en la
capital aragonesa como la lluvia.
Son interesantes
las referencias a determinadas cuestiones relacionadas con la supuesta
mansedumbre de las reses. Concretamente, a las “banderillas negras”. Se trataba
y trata (porque aún están en vigor) de unas banderillas que se diferencian de
las normales porque su arponcillo es dos centímetros más largo y cuatro
milímetros más ancho y están revestidas con papel rizado en color negro con una
franja blanca de siete centímetros en la parte media, por lo que se les conoce
como “las viudas” y con ellas se castiga al toro que no entra a varas, siendo
para el ganadero un motivo de vergüenza, por la poca bravura del toro que traía
al festejo.
Si era imposible
lidiar a un toro, por su cobardía y absoluta falta de bravura, se le echaban
perros de presa, concretamente alanos de extraordinaria fiereza, que, tras un
encarnizado combate, en el que morían algunos, sujetaban a la res y, entonces,
el torero hacía uso del estoque y si no acababa con el toro, lo hacía el
puntillero por detrás.
En el cartel se
dice que no se recurrirá al uso de perros por ser “un sangriento espectáculo”,
siendo sustituido, en caso necesario por “la media luna”,
Era un instrumento con un elemento
cortante, en forma de media luna, unido a un mango de madera, con el que se
desjarretaban las reses, cortando sus tendones a la altura de los corvejones,
cuando el animal no se podía matar a estoque. Los auxiliares agarraban la media
luna con las dos manos desde el extremo del mango, de espaldas al toro. Una vez
el toro inmovilizado por la inutilización de sus patas, era rematado con la
puntilla. Ni que decir tiene que era tanto o más cruel que el uso de perros.
En 1885 estaba
de actualidad la figura del Dr. Jaime Ferrán, el descubridor de la primera
vacuna contra el cólera, que ese mismo año causó numerosos muertos en el transcurso
de gran epidemia que se declaró en España. Ello influyó para incluir en el cartel
la nota de que “las reses serán vacunadas previamente para atenuar su cólera”,
jugando con el doble significado de la palabra.
En otro
apartado se prohíbe arrojar al redondel “moneda borrosa, diamantes americanos,
billetes de banco de La Verdad o cualquiera otro objeto de pura fantasía”.
Con el nombre de “diamantes americanos” se denomina a los creados artificialmente,
mientras que esos billetes de La Verdad, eran como los del juego del palé,
sin ningún valor.
Realmente cruel
era la afirmación de que el público tenía derecho a pedir a los diestros que
repitieran las suertes “desgraciadas”, como revolcones o cornadas.
Pero ¿Quiénes eran
los lidiadores que se anunciaban? Nos imaginamos que, como en el caso de la
falsa corrida de Borja, serían todos personas conocidas de la sociedad
zaragozana, a los que se presentaba con sus supuestos apodos.
Como ven, todo
un auténtico esperpento o dislate el de esta “Gran Becerrada” que, comenzando a
las cuatro y media, concluiría “con la muerte de los toros o la de los diestros”.






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