Fue Rocio Sepúlveda Martínez quien, en su reciente visita a la Casa de Aguilar, nos hizo entrega de la obra El paraíso come carne, de Elena de la Rúa, con artículos de la propia Elena, de Ángela Berlinde y Alejandro Castellote, junto con una amplia reproducción, a todo color, de las obras de esta importante artista que no conocíamos.
Elena de la Rúa nació en Madrid en
1978. Es licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid y
cuenta con un máster en fotografía, disciplina esta última en la que ha destacado
de manera especial.
En sus últimas series, ha dejado de
fotografiar lo que ya existe en el exterior y lo construye con objetos a modo
de bodegón o naturaleza muerta para luego fotografiarlo. Forma parte del
colectivo Cómo ser Fotógrafa, plataforma que pretende visibilizar la labor
artística de las mujeres fotógrafas.
“El Paraíso Come Carne” es un
proyecto artístico y reflexivo que cuestiona nuestra visión de la muerte, la
continuidad de la existencia y el lugar que ocupamos en el universo. Sus
fotografías de animales muertos, integradas en paisajes pintados al óleo,
evocan la tensión entre la crudeza de lo real y la potencia simbólica de mitos
y ritos postmortem. Estas imágenes dialogan con textos que abarcan desde
reflexiones filosóficas y antropológicas hasta teorías científicas (física
cuántica, cosmología) y referencias místicas (tradiciones orientales,
principios herméticos).
Lo que en un principio podía verse
como un simple registro de la muerte se transforma, a través de la pintura, en
una escenografía donde la naturaleza y la imaginación se entrelazan. Elena de
la Rúa aborda la pregunta esencial: ¿Es la muerte el fin o parte de un ciclo?
Para ello, recupera creencias ancestrales como la reencarnación, la
resurrección o la disolución en el cosmos, que han sido descartadas en una
cultura dominada por el racionalismo y el materialismo.
En los textos que acompañan la
obra, Alejandro Castellote profundiza en el choque entre lo real y lo
pictórico, resaltando la intención de la artista de crear universos pictóricos
que sugieren esa “promesa de paraíso.” Por su parte, Ângela Berlinde describe
el carácter híbrido de la propuesta: una “danza” que combina el registro
fotográfico con la pintura, la vida con la muerte, lo tangible con lo
intangible. Ambas miradas subrayan el gesto de detener el tiempo y la
transformación para mostrar al espectador que detrás de la apariencia de
finitud se atisba un ciclo de cambios perpetuos.
Obra impactante que, en algún
momento, nos gustaría mostrar en la Casa de Aguilar lo que, en principio, no
descartamos.



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