Además de las reseñadas en días pasados, otra de las publicaciones de José María “el Gómez”, que nos ha traído el Dr. D. Isidro Aguilera es el “Sainete u lo que sea de la muerte, velatorio, entierro de Marianico y dolor de su viuda”, con ilustraciones de José María Embún.
El sainete, en
verso y en tres cuadros, relata lo relacionado con el fallecimiento inesperado
del citado Marianico. En el primero, dedicado al velatorio, describe los
lamentos de las vecinas que acompañan a la viuda, intentando consolarle de una
pérdida que, por otra parte, no es mal recibida, dado el trato que le daba el
difunto y su costumbre de volver “achispado” a casa, no por su voluntad, “sino
por que todo el mundo le invitaba”.
En uno de los
dibujos se ve a una lozana moza, sirviendo tila y transmitiendo la queja de “la
sequia que había en este velatorio”. Eran tiempos en el que se velaba al
difunto en su domicilio toda la noche, con profusión de bebidas, de manera que
entre trago y trago se contaban divertidas anécdotas, para aliviar el duelo.
El segundo
cuadro está dedicado al entierro. Entre el sonar del toque de difuntos, llega a
la casa el párroco, con capa pluvial, acompañado por otros sacerdotes que
entonan el “Libera me, domine”, la antífona que, en algunos lugares, dio lugar
a un gracioso equívoco, y tras un responso, retornan a la iglesia, con el ataúd
y el acompañamiento de hombre y mujeres; los primeros en cabeza, seguido de las
mujeres y, al entrar en el templo, se desprenden del pañuelo que llevan anudado
a la cabeza, “porque nunca se vio a un hombre cubierto en lugar sagrado”.
El tercer
cuadro, está dedicado al dolor de la viuda que no es mucho, dado que pronto se
consuela con un amigo del marido que, por cierto, era acreedor del difunto y
que pretende resarcir su deuda con el cariño de la doliente viuda.
Finalizamos
estas reseñas con otro cuadernillo, dedicado a los pecados capitales,
considerados “Eurovicios humanos”. En él recoge también algunas “leyendas”
borjanas, como la del nombramiento de Francisquín como alguacil. Historia
cierta, pero el malvado Embún la incluye en el apartado dedicado a la Soberbia.
No lo merece nuestro ilustre antepasado.
Todas las
composiciones son divertidas. Varias de ellas tienen como protagonista al cura
y, en la última, enfrascado en una apasionante partida de cartas, el sacerdote
le propone al sobrino que le sustituya en el rezo del Rosario, mientras él
acaba la partida. Pero, tío, si no sé rezarlo, le dice el muchacho. Da igual,
tu lo alargas mientras llego.
La partida duró más de lo previsto y, cuando el cura regresó a la parroquia, se quedó estupefacto al escuchar al sobrino: “Misterio 32. El Hijo de Dios entra en quintas”… El autor disculpa la blasfemia, justificándola por la pereza del párroco a la hora de cumplir sus obligaciones.




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