sábado, 11 de enero de 2020

El Patrimonio Cultural Inmaterial de Calcena I


         Calcena es una localidad que cuenta, en la actualidad, con unos 50 habitantes empadronados. Sin embargo, en el siglo XIX llegó a superar, con creces, los 1.000 y en 1900 el Censo Oficial arrojaba una cifra de 776 habitantes. Esta espectacular crisis demográfica vino provocada, en gran medida, por la deforestación que acabó con el carboneo, una de las actividades económicas a las que se dedicaba una parte de la población. Pero, sobre todo, por el cierre de sus minas de plata que generaban un buen número de puestos de trabajo.
         Pero del esplendor del pasado en el que fue residencia de verano de los obispos turiasonenses, ha quedado un espectacular patrimonio arquitectónico y el recuerdo de un buen número de tradiciones que constituyen el objeto de estos artículos.
         Para conocerlas es fundamental la obra Villa de Calcena. La cara oculta del Moncayo. Antiguo señorío de la mitra de Tarazona, de la que es autor su actual párroco D. Nicolás Sebastián Horno, natural de Calcena, así como los artículos aparecidos en El Eco del Isuela, la publicación periódica que edita la Asociación de Amigos de la villa de Calcena.

         En esas fuentes nos hemos basado, reproduciendo algunas de las imágenes aparecidas en ellas, aunque carecemos de fotografías de muchas de esas tradiciones.




         La primera manifestación registrada en el transcurso del año es la del canto de la Aurora el día de Reyes. No era la única, dado que había otra propia del día de Navidad, junto con el canto de villancicos.

         El 17 de enero, fiesta de San Antón, se iba con los animales de labranza hasta la ermita de la Virgen, ahora en ruinas, dando tres vueltas en torno a ella.



         Según relata D. Nicolás Sebastián, el día de San Babil (24 de enero) era costumbre arrojar zanahorias a los niños, desde la torre de la iglesia parroquial, esforzándose, como si fuera una competición, en recoger cada uno el mayor número.



         El día de Jueves Lardero se solía ir a comer el tradicional palmo a la ermita de San Roque o en otros lugares próximos. Para carnaval era costumbre vestirse con viejos trajes y la cara tapada. F. Ruiz señala que se echaban vino unos a otros y que el último día los quintos recorrían las calles, acompañados por un burro e instrumentos de cuerda, pidiendo lo necesario para organizar una merienda, mientras entonaban unas coplas que reproduce en uno de los números de El Eco del Isuela.




         Especial atención merece la forma en la que se celebraba la Semana Santa en la que la cofradía de la Sangre de Cristo se encargaba de la instalación del monumento que estaba formado por una serie de bambalinas de sargas pintadas.
         Desgraciadamente se ha perdido como también ocurrió con otros similares de nuestra zona. Para ofrecer una idea de cómo podía ser, insertamos estas dos fotografías que corresponden al monumento de Villahermosa (Ciudad Real), la primera, y al de Pozalmuro (Soria), la segunda.
         La cofradía o hermandad de la Sangre de Cristo era muy antigua e intervenía también en todos los entierros que se pregonaban, a son de una campanilla” con la fórmula: “Rogad al Señor con un Padrenuestro y Avemaría por el difunto de hoy”.
         De los actos que tenían lugar durante la Semana Santa ha quedado una precisa relación escrita, en 1934, por el entonces párroco D. Félix Escribano López, transcrita por D. Nicolás Sebastián Horno en su libro.

         En ella se hace referencia a los treinta y dos miembros de la cofradía de la Minerva, una cofradía eucarística, que ataviados con sus “típicas capas aguadoras” pasaban a comulgar el día de Jueves Santo. Esta cofradía celebraba también, en los llamados “Domingos de Minerva”, una procesión dentro de la iglesia y era la que acompañaba al Santísimo durante la procesión del Corpus y cuando se llevaba el Viático a los enfermos.




         A media tarde del Jueves Santo, se celebraba una procesión en la que participaban los pasos de la Oración en el Huerto, Jesús con la Cruz a cuestas, Jesús atado a la columna, San Juan Evangelista y la Dolorosa.



         Entonando el Miserere, salía por la puerta principal del templo y, bajando por la plaza, subía por el Cortijo para retornar por la puerta románica, que es la que aparece en la fotografía.  Al entrar el cortejo, se hacían las llamadas “cortesías” ante el Monumento.



         Después, volvían a salir por la puerta principal, entonando el Vexila Regis y, al retornar a la iglesia, se procedía al rezo del  Rosario y al canto del “Reloj de la Pasión”.



         El llamado “Reloj de la Pasión” era una práctica habitual en muchos lugares, con la que se recuerda, hora a hora, el último día de la vida del Señor, a través de unas sencillas coplas.



         El Viernes Santo, los actos daban comienzo a una hora tan temprana como las cinco de la mañana, cuando tenía lugar el Sermón de la Pasión, también conocido con el nombre de “Sermón de la bofetada”, en recuerdo de las que recibió Cristo en el pretorio.
         Después, la Aurora recorría las calles de la localidad y, en torno a las ocho de la mañana, se cantaba el Oficio Divino de ese día, conocido como “oficio de tinieblas”, presidido por el tenebrario, el gran candelabro cuyas velas se van apagando, una a una. En Calcena, al finalizar cada salmo, los niños presentes pateaban y golpeaban los bancos de la iglesia, simulando su pesar por la muerte del Señor.

         Salía después el pregón que, en este caso, era presidido por el párroco. El cortejo lo integraban hombres con túnicas negras, acompañados por dos tambores y una ocarina. En los lugares establecidos el párroco anunciaba: “Fieles cristianos, hermanos de Jesucristo, sabed: Que Jesús Nazareno ha muerto afrentosamente en una cruz por nosotros pecadores y su Madre Santísima, triste y desconsolada, pide a los cristianos que acudan a darle sepultura”.



         A las seis acudían todos al templo, en cuyo presbiterio se había colocado la imagen de Cristo yacente, que no es la que aparece en esta imagen, ya que la original se perdió hace unos años tras un extraño incendio. A su lado estaban las imágenes de la Virgen Dolorosa y San Juan Bautista.
         Ante ellas volvían a hacerse las “cortesías”, ceremonia a la que D. Nicolás Sebastián no duda en calificar de “sobrecogedora”, al igual que el párroco D. Manuel Izal que, en 1944, favoreció la recuperación de la Semana Santa calcenaria.

         El sonido de un único tambor y el de la ocarina era lo único que se escuchaba, en contraste con el estruendo habitual en otros lugares.



         Protagonistas singulares de la procesión del Viernes Santo eran los “longinos”, unos personajes, en número variable, que originalmente vestían pantalón blanco, una casaca roja o azul, cruzando el pecho con una banda azul y cubriendo su cabeza con su sombrero, a manera de mitra, con rayas verticales azules y rojas. La descripción es de D. Antonio Tormes que recordaba sus vivencias del año 1953 cuando ensayaban en la casa de D. Basilio Ainaga, cuya familia participaba, casi en su totalidad, en la representación.
         En esta fotografía, el atuendo difiere bastante pero en ella se aprecia la pequeña figura del ángel que, con su bastón, marcaba el ritmo de los “longinos” y, cuando tocaba el escudo con el bastón, todos ellos daban un golpe seco con sus lanzas en el suelo. Detrás de ellos iba el diablo, representado por un personaje anciano.

         En 1956, esta tradición se perdió y los “longinos” fueron reemplazados por soldados romanos, como en otras partes.






         La procesión del Santo Entierro se mantiene y se ha creado una agrupación de Tambores y Bombos que no sólo participa en ella, sino que se desplaza a otras localidades.
         La Semana Santa de Calcena finalizaba con la ceremonia del Encuentro que tenía lugar en el interior del templo de una forma peculiar el Domingo de Resurrección.


         Al término de la Solemne Misa que se celebraba a las seis de la mañana, el sacerdote, revestido con capa pluvial y humeral, tomaba en sus manos la custodia con el Santísimo y, bajo palio, se colocaba en la nave central del templo. Ante ella desfilaban las imágenes de San Juan Evangelista y la Virgen, que había trocado el luto por un traje de fiesta.
         Los portadores de las peanas se arrodillaban por tres veces ante el Santísimo, manteniéndolas equilibradas, a pesar de que en una de sus manos llevaban un cirio encendido. Mientras tanto, el coro entonaba el Regina Coeli.
         Ahora, la procesión del Encuentro tiene lugar el Jueves Santo. Los hombres llevan la imagen del Nazareno y las mujeres la de la Dolorosa. El significado no es, por lo tanto el mismo, pues mientras la antigua tenía el carácter jubiloso, propio de la Resurrección, esta otra es similar a las de otras localidades, en las que se representa el encuentro de María con su Hijo, camino del Calvario.

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