El 11 de septiembre de 2019 publicamos un artículo sobre espectáculos taurinos que hemos querido reproducir, entre otras razones porque se daba a conocer la posición adoptada en el pasado por la ciudad de Borja, en torno a las vaquillas o capeas en las calles.
Por una
Real Orden de 13 de noviembre de 1900, publicada en la Gaceta de Madrid de 15 de noviembre de 1900, se prohibió correr las
vaquillas en libertad y toros encordados y alquitranados. La Real Orden de 5 de
febrero de 1908 reiterando esa prohibición y la Real Orden de 24 de junio de
1915 en el mismo sentido, dieron lugar a un acuerdo del Ayuntamiento de Borja
que tuvo un gran eco.
Aires del Moncayo, en su edición del 18
de julio de 1915, insertaba un artículo titulado “Acuerdos que honran” en el
que afirmaba: “Nuestro Ayuntamiento,
dando una prueba de Cultura, y haciéndose intérprete de la mayoría de la
población, acordó felicitar al Gobierno por sus enérgicas disposiciones para
acabar con el bochornoso y bárbaro espectáculo de las capeas. El acuerdo ha
sido acogido con manifiesta simpatía por la España culta y el nombre de Borja
figura en los comentarios honrosos de la prensa que circular”.
Porque,
efectivamente, entre otros medios de comunicación, Heraldo de Aragón había publicado un extenso artículo en el que,
con el título de “Aragón enaltecido” criticaba con dureza a las capeas,
dedicando calurosos elogios a nuestra ciudad:
“Frente a los pueblos exaltados que se
amotinan pidiendo la capea mientras abandonan al maestro, se yergue la muy
noble ciudad de Borja, no solo aceptando la prohibición del vituperable
espectáculo, sino aplaudiéndola y felicitando por dictarla al gobernador civil.
Y semejante rasgo de Cultura, de buen
sentido y de humanidad, cristalizado en un acuerdo de aquel Ayuntamiento,
merece entusiástico parabién.
Con él, Borja acaba de rendir un
homenaje al buen nombre de Aragón. Aunque, fuera del radio regional, se hace
justicia a excelsas cualidades que destacan en nuestra historia, no suele ser
la indulgencia preponderante cuando se falla sobre nuestra exquisitez
espiritual. Es, por tanto, conveniente que emerja de la entraña aragonesa una
nota consoladora que pone muy arriba timbres honrosos para nuestra fama”.
Era entonces
Alcalde de Borja D. Rodolfo Araus Chíes, elegido formando parte de una
candidatura progresista. Volvió a serlo en 1920, siendo destituido tras la
proclamación de la Dictadura de Primo de Rivera que también fue contraria a la
celebración de vaquillas.
Lo mismo
ocurrió durante la II República, de manera que una de sus primeras medidas fue
una Orden del Ministerio de Gobernación de 3 de septiembre de 1931, por la que
solo se permitían las capeas en circos provisionales bajo el cumplimiento de
las debidas condiciones de seguridad y de la existencia de servicios de
enfermería. Fue complementada por una Orden Circular de 22 de junio de 1932, en
la que se prohibía correr los toros por las calles. Curiosamente, cuando la
CEDA ganó las elecciones, volvieron a permitirse durante su mandato.
Esta
postura fue también mantenida por hombres de ideología muy diferente, como el
Alcalde de Borja D. Jesús Pellicer Bernal que, durante las dos etapas en las
que estuvo al frente de la alcaldía no programó jamás un espectáculo de esas
características, a pesar de las presiones recibidas.
Además,
en un artículo publicado en Heraldo de
Aragón el 20 de septiembre de 1953, con ocasión de la Feria de Borja, se
pronunció en contra de los abogaban por celebrar encierros y capeas, señalando
la necesidad de dedicar ese gasto a otros fines, así como la obligación del
Ayuntamiento para programar otro tipo de espectáculos que contribuyeran a
elevar el nivel cultural de la ciudad.
Fue su
sucesor D. Agustín Aperte quien reintrodujo las vacas en 1955, así como las
peñas, algo ajeno a nuestros usos hasta ese momento. Por lo tanto, la
“tradición” de las vacas arranca de ese año. Hasta ese momento, sólo se habían
celebrado vaquillas, durante el siglo XX (las hubo en el XIX con ocasión del I
Centenario de la Virgen de la Peana), y en 1935, 1939, 1940, 1941 y 1943. En
1942 no las hubo porque el Alcalde de ese año, D. Pascual Sorrosal, también era
contrario a ellas.
Nuestra
postura la hemos manifestado en diversas ocasiones. Siempre nos ha sorprendido
que sólo en raras ocasiones son objeto de repulsa por parte de los colectivos
que defienden el bienestar de los animales, así como que las nuevas disposiciones
legales los permitan e, incluso, favorezcan su difusión, permitiendo la
participación de menores. Si así son las
normas establecidas, no vamos a oponernos a ellas pero parece razonable que su
celebración quede circunscrita a instalaciones específicas a las que accedan
quienes quieran presenciarlos, pero llevarlas a cabo en vías públicas, durante
largos períodos de tiempo, limitando la libre circulación de otros ciudadanos,
nos parece algo de difícil justificación.
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