Tal día como hoy del año 1572, el obispo de Salamina fray Francisco de Salazar OFM bendijo la ermita de San Jorge, lo cual nos plantea algunos problemas en relación con las actividades de este peculiar obispo franciscano.
La primera de ellas es la referida a la
propia ermita, dado que se trata de un templo anterior, por lo que cabe preguntarse
el porqué la bendijo el obispo en esta fecha. Es posible que, en esos momentos,
hubiera sido reacondicionada, dado que en su estructura han quedado evidencias
de ciertas alteraciones sufridas; en concreto la que afecta al pórtico que hubo
a sus pies.
Pero, la actividad ministerial de fray
Francisco en nuestra zona no se limitó a bendecir la ermita de San Jorge, pues
pocos días después hizo lo propio con la del Calvario y con la iglesia del
Santuario. También bendijo otro templo en Maleján, que, en opinión del Dr. Aguilera
Hernández, era una ermita dedicada a San Juan. En todos los casos percibió los
derechos correspondientes.
Su presencia aquí vino motivada por
haber logrado ser nombrado Comisario General de la diócesis de Tarazona,
entonces vacante desde la muerte de D. Juan Fernández de Munébrega acaecida en
1567. A finales de 1572, fue nombrado obispo de la sede turiasonense D. Pedro Martínez
de Luna, cesando fray Francisco en el desempeño de sus funciones.
Pero ¿Quién era el obispo de Salamina?
Francisco de Salazar y Campo había nacido en Granada en 1517 y era hijo del doctor
D. Juan de Salazar, un ilustre jurista establecido en aquella ciudad, poco
después de su reconquista. Abandonando la que podía haber sido una prometedora
carrera civil, decidió profesar como franciscano en el convento de Sevilla,
donde destacó por su inteligencia, siendo enviado a París, donde se graduó como
Maestro en Teología. Allí conoció al Ministro General de los franciscanos fray
Juan Calvo quien requirió sus servicios, encomendándole delicadas misiones.
Llegó a ser espía de Carlos V quien también confió en él.
Pero, más tarde, trocó sus fidelidades,
pasando al servicio del Papa, lo que le valió ser consagrado, en 1548, como obispo
in partibus infidelium de Salamina, un título meramente honorífico al
que muy pronto vino a sumarse el nombramiento de consultor del Concilio de
Trento, lo que le permitió asistir, durante los años siguientes a sus sesiones,
interviniendo en diversas ocasiones, en las que destacó como predicador y
experto latinista.
Al finalizar el concilio fue recompensado
con el nombramiento de obispo auxiliar de Mallorca, cuyo titular residía en
Roma. Allí las cosas no discurrieron como hubiera deseado, dado que se enfrentó
con el cabildo y fue objeto de graves acusaciones, entre ellas la de simonía. A
Felipe II, preocupado por la reforma del clero, esa conducta le pareció
sumamente reprobable y la puso en conocimiento del Papa. A pesar de las
amonestaciones y requerimientos a los que fue sometido, con las consiguientes
promesas de reforma, fray Francisco inició un recorrido por tierras españolas,
acompañado de un reducido cortejo, intentando ganarse la vida con bendiciones
e, incluso, ordenaciones simoníacas.
Esa carrera itinerante que ya era
objeto de atención por parte del monarca, alcanzó su trágico fin en la
localidad de Campillo de Llerena, donde se alojó en la casa de la encomienda,
camino de Sevilla. El encargado de la casa era un morisco llamado Diego Ximón,
el cual dijo haber escuchado por la noche al obispo yacer con su paje Lorenzo
de Santas Martas, un muchacho de unos quince años, agraciado y de ojos azules.
A pesar de tratarse de un testimonio “de oídas” y poco fiable, para el rey fue
suficiente y ordenó procesar a ambos, acusados de “pecado nefando”.
El episodio, sumamente escabroso, fue
dado a conocer por el Prof. D. Francisco Núñez Roldán, en una obra
interesantísima, a partir de los datos encontrados de forma casual en el
archivo del palacio arzobispal de Sevilla. De todo ello nos hicimos eco en
nuestro libro Crímenes ejemplares.
Sintetizando lo ocurrido, mientras la causa
del obispo recayó en los tribunales eclesiásticos, la del muchacho fue
instruida por un tribunal civil. Tras una confesión inicial, obtenida al
prometerle la libertad, fue después sometido a terribles tormentos, a pesar de
lo cual y de sus pocos años, jamás acusó al obispo. Condenado a ser agarrotado
y quemado, posiblemente no llegó a ser ejecutado, dado que fray Francisco había
sido condenado a reclusión, durante 20 años, en la celda del convento de San
Francisco de Sevilla, y no era factible el que muriera uno de los inculpados
por el mismo delito, mientras que el otro se salvaba.
En aquella celda terminó sus días este
singular personaje que había alcanzado la fama, antes de caer rendido en los
brazos de ese muchacho de ojos azules, aunque eso es algo que nunca pudo ser
demostrado de manera fehaciente, existiendo la sospecha de una confabulación
para detener algo que sí era cierto, la actividad escandalosa de un obispo que,
para subsistir, vendía gracias espirituales y hasta ordenaciones sagradas, lo
que en el Código de Derecho Canónico se califica como simonía.
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