Por cuestión de fechas, este año han coincidido la celebración del Miércoles de Ceniza y la fiesta de San Valentín, dos celebraciones que nada tienen que ver y, en cierto sentido, son contrapuestas.
El Miércoles de Ceniza ocupa un lugar
destacado dentro del Año Litúrgico, pues constituye el inicio de la Cuaresma,
el tiempo penitencial que prepara a los cristianos para la celebración de la
Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Con la imposición de la ceniza se
invita a reflexionar sobre lo efímero de la vida y, sobre la necesidad de una
conversión renovada, mediante la práctica de la oración, el ayuno y la limosna.
Este tiempo penitencial, caracterizado por el rigor de antaño, lo ha visto atenuado, hasta el punto de haber quedado circunscrito a la abstinencia obligatoria en los viernes de Cuaresma y al ayuno en dos únicas fechas del año: El Viernes Santo y el Miércoles de Ceniza. Un ayuno que, por otra parte, puede obviarse por diversas causas, como la edad, el trabajo, la enfermedad o los desplazamientos, entre otras.
Estos cuarenta días que nos preparan
para la Pascua de Resurrección que este año será el 31 de marzo, pasan ahora casi
desapercibidos en nuestro ambiente, a diferencia de lo que, hasta hace no demasiado
tiempo ocurría, cuando se celebraba con especial rigor, sobre todo en la Semana
Santa en la que se interrumpían todo tipo de espectáculos.
Es significativo, que los musulmanes
sigan practicando las prescripciones del Ramadán, viviéndolo con intensidad, a
pesar de que son mucho más rigurosas que las que obligan a los cristianos en la
Cuaresma.
Por eso, la coincidencia este año del
Miércoles de Ceniza con esa “acaramelada” fiesta de San Valentín, con sus
corazoncitos, bombones y regalitos, no deja de ser una contradicción, al menos
para el cada vez menor número de cristianos que viven su Fe de manera
convencida.
Bien es
cierto que nadie puede conocer ni juzgar el interior de cada persona y, de
hecho, en el Evangelio de ayer, el propio Cristo aconsejaba que “Cuando
ayunéis, no pongáis cara triste”, sino que, por el contrario “cuando ayunes,
perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los
hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo
escondido, te recompensará”.
Por eso, cuando durante los próximos
días penitenciales nos crucemos por las calles, con personas sonrientes,
limpias y perfumadas, es muy probable que, bajo ese aspecto, se esconda la
realidad de hombres y mujeres que, mediante el ayuno y la penitencia, están
viviendo con intensidad este tiempo fuerte del año litúrgico.
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