Aprovechando el breve espacio de tiempo que nos quedó libre, tras la reunión de Europae Thesauri, visitamos el Louvre, evitando las grandes colas para acceder al mismo, gracias al pase gratuito del que disponíamos, por lo cual tampoco tuvimos que hacer frente al nuevo precio de la entrada que ha pasado de 15 a 22 euros, dentro de esa corriente alcista que está experimentando la capital francesa por las próximas olimpiadas.
El museo es una maravilla inabarcable,
por lo que tuvimos que limitarnos a volver a contemplar algunas de sus
esculturas más relevantes, como la Victoria de Samotracia que presiden la
escalera monumental, en torno a la cual se agrupa siempre un gran número de
personas.
Curiosamente la Venus de Milo no
experimentaba esa presión que, con frecuencia, impide disfrutar de su contemplación.
Algún japonés aislado y, por supuesto, nosotros nos enfrentamos a ella en esos
momentos.
Pero las galerías de escultura albergan
también obras posteriores, como los dos famosos esclavos que, junto con otros
cuatro, esculpió Miguel Ángel para la tumba del Papa Julio II. No llegaron a
formar parte de la misma y el propio artista regaló el llamado “esclavo rebelde”
y el “esclavo motribundo” a Roberto Strozzi en 1546, quien los llevó a Francia.
Desde 1793 se exhiben en el Louvre y el esclavo moribundo se ha convertido en
uno de los iconos del museo, donde sigue sorprendiendo por la gran sensualidad
que desprende a pesar de ese paso a la eternidad que pretende representar. Los
otros cuatro pueden verse en la “Galleria dell'Accademia”, de Florencia.
En la misma sala pueden admirarse dos
esculturas del gran escultor italiano Antonio Canova (1757-1822). Una de ellas
es la que contempla Bárbara Cordero: Psique y el Amor. La otra es esa delicada representación
de Psique reanimada por el beso del amor.
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