El diario madrileño La Época publicó el Día de Reyes de 1880, el primero de los dos artículos que el periodista Enrique Sepúlveda y Planter dedicó al Santuario de Misericordia y que, como comentamos ayer, nos ha remitido el Dr. D. Carlos Val-Carreres Guinda.
Vamos a referirnos hoy al primero de
ellos, destacando el interés que entrañan al ofrecernos una visión de la
realidad borjana en esos años de la segunda mitad del siglo XIX. En alguna
ocasión nos hemos referido a la posibilidad de reunir los artículos que
diferentes escritores dedicaron a nuestra ciudad, algo que podría muy bien ser
objeto de atención por parte de algún investigador.
El que hoy nos ocupa está estructurado
en tres apartados. El primero de ellos lo dedica al viaje hasta Borja; el
segundo a su estancia en la ciudad, durante las horas previas a su partida
hacia el Santuario; y el tercero a la pintoresca “ascensión” hasta su destino.
Hoy en día, cuando lo que prima en
nuestros desplazamientos es la rapidez de los mismos y el corto espacio de
tiempo empleado en ir de un lugar a otro, nos llama poderosamente la atención la
duración e incomodidad de los viajes de antaño.
El autor del artículo había partido de
Zaragoza a las cinco de la madrugada en un expreso que iba deteniéndose en
todas las estaciones hasta que, dos horas después, llegó a Gallur que, por
aquel entonces, era el punto del que partían las diligencias con destino a
Borja. Allí se encontraba lo que el periodista calificaba como “armatoste con
ruedas”, al frente del cual iba el mayoral con un zagal, que colocaron en la
baca los baúles y bártulos de los viajeros que, con el periodista eran un
matrimonio que iba al Santuario y dos “baturros” que se dirigían a Magallón.
En esa localidad bajaron los “baturros”
con su equipaje y el mayoral aprovechó para echar un “trago” que se prolongó un
buen rato, con la consiguiente impaciencia de quienes le aguardaban en el
interior de la diligencia. Finalmente, reanudaron la marcha y algos después de
las once (cuatro horas después de haber salido de Gallur y seis de Zaragoza),
llegaron a Borja.
Como era julio y el calor apretaba, no era aconsejable proseguir el viaje hasta el Santuario, por lo que tuvieron que esperar cerca de seis horas. El mozo de la diligencia les ofreció permanecer en el interior de la misma, en el lugar donde había sido estacionada, “un patio empedrado a trozos, en otros, lleno de hierba, que presentaba sólo como accesorios un pozo sin agua, una puerta podrida y astillada, algunas palomas y una diligencia hermana” de la que habían viajado.
Dado que la posibilidad de quedar
encerrado bajo el sol no era atractiva, aceptaron la invitación de un curioso
personaje ataviado con chaqueta de terciopelo azul y gorra roja, que lucía
patillas de contrabandista, el cual les ofreció alojarse en el “parador”
contiguo, del que era propietario, así como de las diligencias.
Tras aceptar la propuesta, “cruzamos un
amplio zaguán, mezcla de calle y de salón, subimos una escalera feudal, más
ancha que la carretera por donde habíamos venido, y nos instalamos en un cuarto
fresco y limpio, donde nos sirvieron un apetitoso almuerzo” que les permitió
recuperar fuerzas antes de recorrer “el pueblo”.
No cabe duda de que el destino de la
diligencia y las características del alojamiento parecen corresponder al
“Parador de Frauca”, inaugurado no hacía demasiado tiempo, y D. Ramón Frauca su
propietario y fundador, ataviado en pleno mes de julio con tan extraño atuendo.
Mañana reanudaremos el relato con la visita a la ciudad y la subida al
Santuario.
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