En el segundo de los artículos del periodista Enrique Sepúlveda, que nos remitió el Dr. D. Carlos Val-Carreres, se incluye una leyenda de la que no teníamos noticia.
Las leyendas, lejos de ser eternas van
cambiando en el transcurso del tiempo y, mientras se crean algunas nuevas,
otras quedan sumidas en el olvido, como ha sucedido con varias relacionadas con
el Santuario de Misericordia. Porque ¿Quién se acuerda en nuestros días de la
leyenda de la cabeza del diablo, sepultada bajo un pilar en el camino del
Santuario? Y eso que hubo una época en la que todos los que pasaban por allí
arrojaban tres piedras, cumpliendo un rito de origen más que dudoso.
De esa leyenda ya nos hemos ocupado en
ocasión anterior, pero la que hoy comentamos es inédita y, según el periodista,
basada en un hecho real. Se la relató un atrabiliario personaje al que
encontró, cuando subió a visitar la ermita del Calvario que, por entonces presentaba
el aspecto que muestra esta imagen.
Lo había tomado por un pastor,
“prototipo de la suciedad y miseria, tuerto y medio desnudo”, aunque iba
acompañado por un “delicado perro inglés, poco apropiado para guardar rebaños”.
Cuando comenzaron a hablar, descubrió que se trataba de un rico propietario,
aunque tacaño en extremo, que “se pasaba el día al solo, comía de prestado y
vestía de despojos”.
El falso pastor le comentó que aquella
era la ermita del Calvario, a la que en caso de tormenta se cuidaría mucho de
acercarse. Intrigado por esta afirmación, el periodista le preguntó las razones
que tenía para ello y fue entonces cuando le refirió la historia que
consideraba real.
Un rico propietario de Tauste se
encontraba pasando unos días en el Santuario al que también llegó “un
contrabandista del Pirineo” con el propósito de robarle. Al saber que iba a
visitar la ermita, se escondió con su trabuco en una peña, situada frente a
ella. Mientras tanto, se había desatado una gran tormenta y el cielo se
oscureció. Apenas se veía cuando el de Tauste llegó a lugar e, inmediatamente,
el delincuente sacó su trabuco y le apuntó. Pero, inesperadamente, un rayo fue
a caer sobre el cañón del arma, carbonizando al asesino y casi asfixiando a la
víctima que quedó fuertemente impresionada. La única peña en la que pudo apostarse
es la que muestra esta otra foto con la cruz del Vía Crucis que se colocó diez años
después de la visita del periodista.
Entonces, como por ensalmo, brotó en
ese lugar la carrasca que pudo ver el periodista, en torno a la cual, en días
de tormenta, algunos pastores veían a una sombra blanca intentando desgajar sus
ramas.
Cuarenta años después comenzó la
repoblación de la Muela y el entorno de la ermita cambió por completo, aunque
el pasado incendio, acabó con la mayor parte de los pinos. La única carrasca
que hemos conocido allí, es la que aún subsiste tras la cruz. No es de gran
tamaño, pero ¿Será la de la leyenda? Habrá que comprobarlo en una noche de tormenta…
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