Ayer hacíamos referencia a la influencia de las grandes
epidemias de la humanidad en la creación artística y también en el desarrollo
de las ciencias. Estos días, en diferentes medios de comunicación, se han
recordado los descubrimientos realizados por el gran científico británico Isaac
Newton durante uno de esos períodos de confinamiento.
En abril de 1665 la peste había hecho su aparición en Londres,
probablemente procedente de los Países Bajos. Poco a poco, el número de
afectados fue creciendo y, en septiembre de ese año, el número de fallecidos
era ya de 7.000 por semana (compárese esta alarmante cifra con la de epidemias
más recientes). El número total de muertes es difícil de precisar, como ocurre
en estos casos, aunque se estima entre 70.000 y 100.00 personas. La misma epidemia
provocó en Sevilla 150.000.
Pero, como las desgracias nunca vienen solas, en 1666 un devastador
incendio arrasó casi por completo la ciudad. Acabó definitivamente con la
epidemia pero también con la mayor parte de la trama urbana que tuvo que ser
reconstruida, dando lugar al Londres moderno.
Newton no vivió esos acontecimientos, dado que, huyendo de
la epidemia, se había trasladado a la granja de Woolsthorpe, cerca de la ciudad
de Grantham, donde había nacido el 25 de diciembre de 1642. Pero esta fecha
corresponde al calendario juliano que era el utilizado entonces en Inglaterra.
En 1582, el Papa Gregorio XIII introdujo el que llamamos “calendario
gregoriano”, que ahora utilizamos, dado el desfase que se venía observando
respecto a la fecha de la Pascua de Resurrección que era ya de diez días. Por
ese motivo, al 4 de octubre de 1582 le sucedió el 15 de octubre, lo que dio
lugar a esa conocida anécdota de que Santa Teresa de Jesús fue enterrada diez
días después de su fallecimiento, dado que como murió el 4 de octubre de ese
año, aunque la enterraron al día siguiente, era ya el 15 de octubre, con
arreglo al nuevo cómputo.
Pero Inglaterra, por sus problemas con el Papado, no adoptó
el calendario gregoriano hasta 1752, cuando ya lo habían hecho la mayor parte
de los países.
En ese lugar estuvo recluido el científico durante dos años,
en el transcurso de los cuales trabajó incansablemente dando forma a algunos de
sus principales descubrimientos. Entre ellos, suele destacarse el de la “ley de
la gravedad” una denominación imprecisa para referirse a la un conjunto de teorías
que plasmó en la Ley de la Gravitación Universal.
Como desencadenante de descubrimiento suele mencionarse la
historia de la manzana cayendo del árbol que se la sugirió, representada
gráficamente en multitud de ocasiones, incluso en una campaña publicitaria de
la marca Zumosol.
El protagonismo de la manzana pertenece probablemente al
ámbito de la leyenda propagada a través de un escrito posterior del médico William
Stukeley, amigo de Newton, y de John Conduitt, marido de una de sus
sobrinas, y cobró carta de naturaleza tras ser mencionado por Voltaire.
Aunque no fue hasta 1687 cuando Newton publicó Philospniae Naturalis Principia Mathematica,
en la que incluía su formulación de la Ley de Gravitación Universal, su
estancia en la granja familiar propició varios estudios como la ley del inverso
del cuadrado de la distancia en la gravitación y otros descubrimientos
relacionados con la luz y la naturaleza física de los colores.
Frente a los que creen que las aportaciones españolas a la
Ciencia han sido escasas, hay que recordar la figura del dominico fray Domingo
de Soto (1494-1560) que, además de ser un destacado teólogo fue el primero en
poner de manifiesto que un cuerpo en caída libre experimenta una aceleración
constante, siendo precursor, por lo tanto del descubrimiento de Newton.
Pero, la manzana y el árbol desde el que cayó, sigue
suscitando el interés del público y son miles de personas las que, cada año,
acuden a la granja de Woolsthorpe para fotografiarse junto al manzano que,
protegido por una cerca, aún se conserva. En realidad, es un brote del mismo,
ya que el árbol fue abatido por el viento en 1820 y 1890.
Brotes del mismo se han plantado en diversos lugares
de todo el mundo y en España existe uno en La Coruña, concretamente frente a la
Casa de las Ciencias, en el parque de Santa Margarita, desde el 11 de marzo de
2005.
Otra curiosidad es que,
en 2010, la última misión del transbordador Atlantis llevó al espacio un
fragmento de su tronco, lo que permitió al astronauta británico Pier Sellers
afirmar que, si a bordo se repitiera la experiencia, la manzana no caería
debido a la ingravidez reinante.
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