El
zar de Rusia Alejandro III quiso regalar a su esposa la zarina María, un huevo
muy especial para el día de Pascua de 1885. Se lo encargó al orfebre Peter Carl
Fabergé quien dejó asombrada a toda la Corte con una obra excepcional. Se
trataba de un huevo de platino que, como si fuera una matrioshka, contenía en su interior otro más
pequeño, enteramente de oro que, al abrirse, descubría una pequeña gallina,
también de oro, con la corona imperial
rusa.
Desde
entonces, todos los años, hasta que estalló la revolución, le fueron encargados
otros huevos para ese día de Pascua, con destino a la familia del zar y, en
ocasiones, para otros dignatarios.
Peter
Carl Fabergé había nacido en San Petersburgo en 1846, en el seno de una familia
de orfebres, haciéndose cargo de la empresa familiar en 1870. La calidad de sus
trabajos hizo que fuera nombrado orfebre de la Corte Imperial rusa, aunque también
fue requerido por otras monarquías europeas.
Entre
1885 y 1917, llegó a fabricar 69 huevos de Pascua, de los que se han conservado
61. Para dar idea del valor de los mismos, basta señalar que, en 1994, uno de
ellos llegó a alcanzar en una subasta el precio de 5.600.000 dólares, superado
ampliamente por otro, en este caso fabricado para la familia Rothschild, por el
que se llegaron pagar 18 millones de dólares.
Los huevos de Fabergé son de una belleza singular, ricamente
decorados con piedras preciosas o esmaltes y siempre con una sorpresa en su
interior.
El zar Nicolás II continuó con la tradición de su padre y el
orfebre siguió fabricando nuevos ejemplares, como este último de 1896,
conmemorativo del XV aniversario de su coronación.
Los huevos constituyen un preciado objeto de exhibición y el
empresario ruso Viktor Vekselberg adquirió nueve de ellos por 100 millones de dólares
que ahora se muestran en el Museo Fabergé, creado por él en San Petersburgo, junto
con otras piezas del legendario orfebre.
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