El pasado viernes, el volcán Anak Krakatoa entró en erupción
en Indonesia. La noticia no ha despertado especial interés, debido a las
circunstancias que atravesamos y al hecho de que, por el momento, no haya
ocasionado víctimas. Sin embargo, el hecho viene a demostrar que las fuerzas
incontroladas de la Naturaleza pueden desencadenarse en cualquier momento,
obligándonos a reflexionar sobre las limitaciones del ser humano frente a
ellas.
Si en esta ocasión el volcán no ha ocasionado aún víctimas
ello se debe a que la isla sobre la que se asienta fue completamente destruida
porque en una erupción anterior, acaecida en 1883, destruyó completamente el
archipiélago en el que se encuentra. Las autoridades holandesas, a las que
entonces pertenecían esas tierras, estimaron en 36.417 los muertos a
consecuencia de la erupción y el ruido que provocó fue de tal magnitud que se
dice que los marineros que navegaban a más de 20 millas quedaron sordos.
En 2018 hubo otra erupción no del Krakatoa original sino de
otro cono, al que se le denomina Anak Krakatoa (hijo del Krakatoa), el mismo
que ahora muestra actividad. En esa ocasión murieron 435 personas en otros
lugares, a consecuencia de los tsunamis que provocó.
Las erupciones volcánicas han sido una constante en la
historia. Este verano visitamos las ruinas de Pompeya, arrasada por el Vesubio
el 79 d. C. junto con las ciudades de Herculano
y Estabia, provocando la muerte de las cerca de 20.000 personas que residían en
ellas.
El Vesubio está considerado uno de los volcanes más
peligrosos del mundo porque sigue activo y sobre todo, porque sus erupciones de
carácter piroclástico, con nubes de elevadísima temperatura provocan la muerte
instantánea de todos aquellos a los que alcanzas, como ocurrió en Pompeya. A pesar
de que no se sabe cuándo se reproducirá un fenómeno de esas características, aunque
los vulcanólogos saben que ocurrirá, en torno al volcán viven en la actualidad
cerca de tres millones de personas, muchas de las cuales podrían ser
potenciales víctimas.
En 1974 estuvimos en la isla de Martinica, en el Caribe, un
territorio francés dominado por la majestuosa cumbre del monte Pelée. El actual
aspecto paradisiaco de aquel lugar, realmente bonito, no nos hizo olvidar la
tragedia vivida en 1902, cuando el volcán entró en erupción, ocasionando la muerte
de miles de personas.
La ciudad de St. Pierre quedó arrasada y de sus 30.000
habitantes sólo sobrevivieron tres: un zapatero, una niña y un personaje que se
hizo famoso, cuya historia nos contaron con detalle.
Era
Louis-Auguste Cyparis, encarcelado el día anterior en el angosto calabozo que
aparece en la imagen anterior. Había sido condenado a muerte, como autor de un
homicidio en el curso de una reyerta y por sus antecedentes. Protegido por la
sólida construcción de su celda, tuvo que hacer frente sin embargo a las
elevadísimas temperaturas que siguieron a la erupción. Para evitar que se
hicieran notar en el interior, orinó en su ropa y tapó la única rendija
existente en la puerta. Cuatro días después, escucharon sus gritos y pudieron
rescatarle con graves quemaduras que le ocasionaron cicatrices permanentes en
su cuerpo.
Le fue conmutada la pena de muerte y se incorporó al circo
Barnum & Bailey en el que era exhibido como superviviente de la catástrofe.
El artista polaco Rafal Bujnowski (1974) le dedicó recientemente
una escultura con su efigie que tiene la particularidad de haber sido realizada
en piedra volcánica.
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