En estos días de aislamiento hay estudiantes que se quejan
de no poder concentrarse, cosa por otro parte lógica, mientras que otras
personas de mayor edad encuentran el tiempo, que antes les faltaba, para
profundizar en sus estudios o adentrarse en materias que desconocían.
Como ejemplo, para unos y otros, queremos recordar la figura
de la Excma. Sra. Dª. María Isidra de Guzmán y de la Cerda, un caso
extraordinario de reconocimiento a una mujer, por méritos propios, en la España
del siglo XVIII.
María Isidra había nacido en Madrid el 31 de octubre de
1767, en el seno de una familia de acreditada nobleza, dado que era hija de D.
Diego de Guzmán y Fernández de Córdoba, marqués de Montealegre y conde de Oñate,
y de Dª. María Isidra de la Cerda y Guzmán, duquesa de Nájera y condesa de
Paredes de Nava. Ambos eran personas allegadas al rey Carlos III y estaban
entroncados con buena parte de la nobleza española y europea.
Desde muy pequeña disfrutó de una esmerada educación,
favorecida además por la rica biblioteca con que contaba el palacio familiar y
el ambiente cultural que allí se respiraba. Ello hizo posible que, muy pronto,
destacara por su inteligencia y su formación en la que destacaba su interés por
los autores clásicos.
Tenía 17 años cuando la Real Academia Española “informada de
los extraordinarios progresos y adelantamientos de esta Señora en la eloqüencia
y en las lenguas y particularmente en la castellana” la eligió como miembro de
la misma. La propuesta partió del Director de la misma y contó con el
beneplácito del monarca, siendo la primera mujer que entró en esa corporación.
Pocos meses después, decidió graduarse como “Doctora” en la
Universidad de Alcalá, algo que no había ocurrido nunca y que despertó una enorme
expectación. Fue precisa la autorización del Rey quien, a través de su ministro
el conde de Floridablanca comunicó al Rector que “en atención a las
distinguidas circunstancias [...] y enterado S.M. de las sobresalientes
qualidades personales de que está dotada, permite, y dispensa en caso
necesario, que se confieran a esta Señora por esa Universidad los grados de
Filosofía y Letras Humanas, precediendo los exercicios correspondientes”.
El examen tuvo lugar el 5 de junio de 1785 en el Colegio
Máximo de la Compañía de Jesús, del que habían sido ya expulsados los jesuitas,
constituyendo todo un acontecimiento.
María
Isidra partió del palacio arzobispal en
una carroza de cristales, acompañada por el rector y el cancelario. La comitiva
iba precedida de soldados a caballo, y rodeada de timbales y clarines de la
casa de Oñate.
En
el examen, contestó a las preguntas que se le formularon en varios idiomas con
“prontitud, claridad y fondo de doctrina, dando las más claras pruebas de su
extensa instrucción, perspicacia de ingenio y memoria singular”, Aprobó por unanimidad
y todos los asistentes prorrumpieron en “vítores, vivas y aclamaciones del
mayor júbilo, de modo que no dejaban oír la orquesta de música que tocaba”.
Al
día siguiente le fueron impuestos los atributos del grado alcanzado, en
presencia de doscientos profesores y doctores. En esa ocasión llegó en silla de
manos, rodeada de criados mayores y de librea, todos de gala.
No
había cumplido los dieciocho años, a pesar de lo cual fue nombrada catedrática honoraria de
Filosofía Moderna, consiliaria perpetua de la Universidad y además examinadora
de cursantes filósofos.
Poco
después, ingresó en la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País y, en 1786,
lo hizo en la Sociedad Económica Matritense, siendo la primera mujer en
pertenecer a ambas corporaciones.
El 9 de septiembre de 1789 contrajo matrimonio con D. Rafael
Alfonso de Sousa de Portugal y Alfonso de Sousa, marqués de Guadalcázar y de
Hinojares, fijando su residencia en Córdoba. Allí nacieron los cuatro hijos que
tuvo y falleció el 5 de marzo de 1803 con 35 años de edad. Para entonces, vivía
apartada de la actividad académica y consagrada a su familia. En el cuadro que
se conserva en la Universidad Complutense aparenta más edad.
De ella descendía otra gran intelectual y defensora de los
derechos de la mujer Dª. María Laffitte y Pérez del Pulgar, condesa de Campo
Alange (1902-1986), así como la actual condesa, vinculada familiarmente con
Ricla.
María de Guzmán tiene una calle dedicada en Madrid y otra en Alcalá de Henares, con el nombre de
“Doctora de Alcalá”, el mismo que le fue dado a uno de los Colegios Públicos, y
en Benalcázar (Córdoba) le dedicaron un monumento, del que no hemos podido
encontrar imágenes.
Que el ejemplo de esta mujer excepcional nos sirva a todos,
especialmente, al constatar que ya en el siglo XVIII se reconocían los méritos
de las mujeres que destacaban, entre las que se encontraba también la hija de
un médico borjano, Dª. María Josefa de Amar y Borbón.
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