Cuando hace unos días comentamos la forma en la que fue ejecutado el Justicia de Aragón D. Juan de Lanuza, por orden de Felipe II, decíamos que, a pesar de ser condenado por traidor, no le fue cortada la cabeza por detrás, con un hacha, como se sugiere en algunas representaciones. Fue degollado (por delante), privilegio reservado a los nobles.
De hecho, en nuestra obra sobre las Alteraciones de Aragón en 1591, publicada en 1992 por el Gobierno de Aragón, ya aclaramos la forma de su muerte, a pesar de lo cual aún se siguió hablando de decapitación hasta que el estudio forense de sus restos, llevado a cabo en 2020, pudo determinar con precisión lo que ya habíamos adelantado.
Hoy queremos hacer referencia a la
forma en que fueron ejecutados otros condenados por la Justicia civil por su
implicación en los hechos, aunque hubo otros condenados del Auto de Fe posterior,
promovido por la Inquisición.
Cuando el rey decretó un indulto
general, el 17 de enero de 1592, fueron exceptuados 22 participantes en las
alteraciones, aunque sólo pudieron ser detenidos seis de ellos y uno, D.
Antonio Ferriz, consiguió obtener el perdón.
Dionisio Pérez, Francisco de Ayerbe
(ambos naturales de Tauste), D. Diego de Heredia (el único del que tenemos
imágenes), D. Juan de Luna y el pelaire Antonio Fuertes no pudieron escapar a
la ejecución, que se llevó a cabo el 19 de octubre de 1592, antes del que
Felipe II llegara a Tarazona para presidir las Cortes.
En este caso, el cumplimiento de la
sentencia quedó encomendado al Regente D. Urbano Giménez de Aragüés, contando
para ello con el apoyo de las fuerzas militares que aún permanecían en
Zaragoza.
Sin embargo, a petición de los
Diputados y del Zalmedina de la capital, la ejecución se llevó a cabo con menos
prevenciones de las desplegadas el día de la muerte de Lanuza. En esta ocasión,
sólo algunos soldados, fueron distribuidos por las calles que conducían al
Mercado.
La comitiva de los condenados fue
también mucho más sencilla. La encabezaban los vergueros y pregoneros que iban
leyendo la sentencia “por traidores y conmovedores de la ciudad y el reino”.
Seguía después el pelaire Fuertes sobre un serón, arrastrado por dos mulas, una
forma ignominiosa de ser llevado al patíbulo que siguió en uso hasta el siglo
XIX, como muestra esta imagen del General Riego, antes de su ejecución.
Los otros cuatro condenados, con trajes enlutados, iban sobre
mulas con gualdrapas negras y, como única escolta, dos alguaciles.
Una vez en el tablado, D. Juan de Luna
y D. Diego de Heredia pidieron perdón por el mal que habían cometido e,
inmediatamente después, se procedió a la ejecución de las sentencias
establecidas para cada uno de ellos.
Al pelaire Fuertes, por su vil
condición, lo estrangularon y, seguidamente, hicieron cuartos de su cadáver,
para ser colocados en los caminos de acceso a la ciudad, mientras su cabeza fue
colgada de la puerta del Portillo.
A los restantes les fue cortada la
cabeza por delante (privilegio propio de las personas de condición). Esta forma
de ejecución aparece representada en algunas imágenes de martirios, como las
que mostramos de la muerte de Santiago. Era un procedimiento beneficioso para
el reo, al que el verdugo le infringía un corte por delante del cuello que le
provocaba una muerte muy rápida y, posteriormente, se le separaba la cabeza.
A D. Diego de Heredia se decidió que le fuera cortada por
detrás. Era una pena reservada a los traidores, sin que hayamos podido precisar
por qué sólo le fue aplicada a él y no a los otros.
Sin embargo, el verdugo encargado de
manejar el hacha o la espada se mostró tan poco hábil que tuvo que descargar
más de veinte golpes, llegando a caer al suelo, mientras aún estaba vivo, la
pieza de madera en la que el reo había apoyado la cabeza. Es probable que
utilizara una espada, pues en caso de decapitarlo con hacha es posible que, por
su peso, hubiera sido más eficaz. En algún lugar hemos leído que Felipe II
ordenó matar a tan inútil verdugo.
La cabeza de D. Juan de Luna fue
colgada en la portada de las casas de la Diputación del Reino, la de D. Diego
de Heredia en la puerta que daba al puente de Piedra, la de Dionisio Pérez en
la del Portillo y la de Francisco de Ayerbe en la cárcel de los Manifestados.
Todas en jaulas de hierro con un cartel que hacía referencia a la condena.
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