Entre las fotografías que nos han llegado, procedentes de la obra Borja. Arquitectura y evolución urbana, en la que fueron publicadas, figuran algunas de la denominada capilla de los Mártires o de las Reliquias de la colegiata de Santa María de Borja.
Entre ellas
las del precioso lavabo que existe en su sacristía y que, posiblemente, muy
pocos de nuestros lectores conocerán e, incluso, es posible que no hayan
entrado nunca en ese espacio que, sin embargo, es uno de los más hermosos de
nuestra colegiata. Convertido en almacén, esperamos que, en algún momento,
llegue a ser restaurado, ya que lo merece.
Para lo
que lo ignoren, a esa capilla se accede por la puerta, señalada con una flecha,
a la izquierda del altar mayor, mientras que la situada a la derecha conduce al
trasagrario, del que hablábamos ayer.
La
capilla está vinculada a la figura de fray Juan López de Caparroso (1540-1631),
promovido por Felipe II a la sede episcopal de Crotona, ciudad situada en la
Calabria italiana que, en aquella época, formaba parte del reino de Nápoles,
uno de los territorios de la Corona española. En 1596 fue trasladado a la sede
de Monopoli, una ciudad de la Apulia, al otro lado del golfo de Tarento, que
también pertenecía al reino de Nápoles. En 1608, renunció a la mitra, aduciendo
su avanzada edad y problemas de salud, retornando al convento de Valladolid, en
el que había profesado, donde falleció en enero de 1631.
Nunca
olvidó a Borja, a la que envió desde Italia la gran colección de reliquias que
conserva. Fueron llegando a Borja en
varias remesas, la primera de ellas en 1601, procedentes de las catacumbas
romanas de San Calixto. El objetivo de fray Juan era hacer un sencillo armario
para conservarlas, en el que figurasen sus armas, las de la Orden de Predicadores,
a la que pertenecía, los nombres de los mártires a los que correspondían y la
identidad del donante.
Sin
embargo, su hermana Dª María López de Caparroso, que vivía aquí, apoyada por su
sobrino Martín, hijo de otro hermano del obispo, solicitaron al capítulo de la
colegiata, en 1608, un espacio situado entre el altar mayor y la actual capilla
del Corazón de María que, pocos años antes, había construido D. Antonio de
Alberite, con el propósito de construir una nueva capilla que pudiera albergar
a las reliquias, sirviendo al mismo tiempo como capilla funeraria para el obispo
y sus familiares. Disponer de enterramiento propio en un templo de la
importancia de Santa María era, evidentemente, el motivo que impulsaba a la
familia López de Caparroso que quiso aprovechar la circunstancia de tan
señalada donación.
En 1609
se iniciaron las obras de esta capilla que, en la actualidad, presenta este
aspecto desde el exterior. En aquellos momentos, no disponía de linterna pues,
como veremos, se levantó más tarde. El acceso desde el presbiterio se realizaba
a través de una verja o cancel que debió gustar, pues se impuso como modelo
para otros trabajos realizados, posteriormente, en la colegiata.
En el
interior de la capilla se instaló el altar que ahora se encuentra en la capilla
del Corazón de María (o mejor del Rosario), al que hemos dedicado un reciente
artículo a raíz de la restauración de la imagen que aparece como titular en
esta imagen.
Unos
años después, en 1691, el cabildo construyó el trasagrario, lo que representó
un gasto de 1.000 libras jaquesas, con tan mala fortuna que se hundió en 1696,
siendo preciso reedificarlo. El derrumbe debió afectar a la capilla de los
Mártires que, por otra parte, había visto reducida su iluminación al serle adosada
la nueva construcción.
Por
entonces, la capilla era propiedad del I marqués de Montesa, D. Fernando Vicente
de Montesa Gorráiz Beaumont de Navarra,
Caparroso y Yáñez, biznieto de aquel Martín de Caparroso, el mayor de los
sobrinos del obispo. Ante la situación planteada decidió reformarla por
completo, dotándola de una hermosa cúpula con linterna, decorada con ricos
trabajos en yeso policromados, al gusto de la época.
En las pechinas aparecen las armas correspondientes a sus apellidos. Según Sánchez del Río que las estudió, las del primer cuartel son de los Vicente; las del segundo, de los Gorráiz; las del tercero, de los Montesa y las del cuarto, de los Beaumont.
Hemos
encontrado las armas completas del I marqués de Montesa que, en gran medida,
coinciden con las anteriores. En ellas, como en las de la capilla destaca el
ave fénix sobre la corona marquesal y la divisa “Virtus in infirmitate perficitur” que está tomada de la segunda
carta de San Pablo a los Corintios, cuando el Señor, ante su petición de que le
apartase de una tentación le dijo: “Te basta mi gracia. La fuerza se realiza en
la debilidad”, según la traducción que aparece en la versión oficial de la
Conferencia Episcopal Española. Lleva acolada la cruz de Santiago, que también
aparece en la representación de la capilla, pues era caballero de esa orden.
Esas
mismas armas son las que aparecen en la rica decoración de la fuente para el
lavatorio de las manos, a la que antes hemos hecho referencia, aunque han
perdido buena parte de su colorido.
Por otra
parte, las armas episcopales de fray Juan López de Caparroso coronan la labor
en yeso que enmarcaba su retrato que, ahora, se exhibe en la segunda planta del
Museo de la Colegiata. Escudo partido con lobos de sable en campo de plata y
flores de lis de oro (aquí aparecen pintadas en sable) en campo de gules.
Es muy
interesante, asimismo, todo el programa pictórico de la cúpula en la que
aparecen ángeles con diversos atributos, como el representado en la fotografía
anterior que lleva en sus manos el capelo o sombrero con las 7 borlas, en
alusión al obispo Caparroso, y el Santo Rosario relacionado con su pertenencia
a la orden dominica.
En la
parte superior de esta otra fotografía puede verse enmarcado, otra alusión a la
Orden de Predicadores: el perro con la tea encendida, el “Domini canus” (perro
del Señor).
Creemos
que estas fotografías, que ya dimos a conocer hace más de diez años,
constituyen el mejor testimonio de la importancia de esta capilla y de la
necesidad de restaurarla, antes de que siga deteriorándose más.
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