Hemos tenido oportunidad de leer la última novela de Juan Bolea, La baraja de plata, que es la quinta entrega de la serie que tiene como protagonista al detective Florián Falomir, el singular personaje de desaliñado aspecto que trabaja en Zaragoza. Sin embargo, en esta ocasión el autor lo lleva hasta Cádiz, con la excusa de recibir clases de guitarra y allí se ve inmerso en un apasionante caso en torno al cadáver de una joven que encuentran en la playa.
Juan Bolea al que todos consideramos aragonés,
nació sin embargo en Cádiz y no es de extrañar, por lo tanto, que haya querido
llevar a su personaje hasta su ciudad natal, de cuyos “maravillas” y secretos
ofrece amplia información en esta novela que se lee muy bien, prácticamente de
un tirón, como todas las suyas.
Pero nuestro afán crítico nos obliga a señalar
lo que podría ser una “errata” que chirría en varias de las páginas de la obra.
Concretamente, se trata de la palabra “pequitia” que aparece dos veces en la
página 19 y también en la 169, al menos. En realidad, debería poner “petequias”
que son las pequeñas extravasaciones de sangre que aparecen en la piel o, como
en este caso, en los globos oculares.
Pero, hay otra alusión que debería ser
corregida. Al hacer referencia a la explosión que afectó al beaterio existente en
la calle que lleva su nombre (creado en 1633), afirma que se produjo en 1947,
cuando “estallaron unas cuantas minas en el cercano Instituto Hidrológico”. Lo que existe en Cádiz, desde el siglo
XVIII es el Instituto Hidrográfico de la Armada que, sin embargo, está situado
en un lugar alejado de esas catacumbas del beaterio.
Lo que ocurrió, a las diez menos cuarto de la noche del lunes 18 de agosto de 1947, fue una enorme explosión de 200 toneladas de trinitrotolueno, en el Almacén n.º 1 de la Base de Defensas Submarinas de la Armada. Las consecuencias fueron aterradoras. El balance oficial de muertos se estableció en 150 personas (seguramente fueron más) y más de 5.000 heridos. 500 edificios quedaron destruidos y otros dos millares dañados, entre ellos edificios emblemáticos como la catedral o el Gran Teatro Falla. Las consecuencias aún pudieron ser mayores si el incendio no hubiera sido extinguido heroicamente por un grupo de marineros mandados por el entonces Capitán de Corbeta D. Pascual Pery Junquera.
Otro de los personajes creados por Juan
Bolea es de la inspectora Martina de Santo, que en alguna ocasión ha coincidido
con Falomir, aunque la serie de las novelas protagonizadas por ella es anterior
y con mayor número de episodios. Uno de ellos lleva por título La mariposa
de obsidiana.
Precisamente, ha sido adaptada como
obra teatral por el propio Bolea y, bajo la dirección de Blanca Resano,
estrenada recientemente en el Teatro Principal de Zaragoza. En torno a ella,
nos sorprendió una dura crítica, firmada por Javier López Clemente, en Heraldo
de Aragón, que Juan Bolea de encargo de contrarrestar (sin mencionarla) desde
su columna “Sala de Máquinas” de la contraportada de El Periódico de Aragón.
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