El otro número de los Cuadernos Emeritenses a los que hacíamos referencia ayer es el 50, que lleva por título La domus de la “Puerta de la Villa” y la primitiva comunidad cristiana de Mérida, un trabajo que firma Francisco Javier Heras Mora.
Ante todo, lo primero que conviene
destacar es la importancia que, frente a la singularidad de determinados hallazgos,
tienen otros mucho más modestos que si son estudiados en su contexto permiten
recrear aspectos de la vida cotidiana que pudieran haber pasado desapercibidos.
Este el caso del testimonio encontrado
en esa gran domus de la “Puerta de la Villa” que estuvo emplazada, junto
a la muralla, en el decumanus maximus y que ocupaba toda una manzana.
La domus era ya conocida y había
sido objeto de atención en varias excavaciones de las que se ofrece información
en la obra. Pero fue la recuperación de una cisterna, parcialmente colmatada,
que originalmente había servido para recoger las aguas del impluvium, lo
que permitió realizar el descubrimiento que constituye el hilo conductor del
relato.
Se trataba de los restos de un crismón
rodeado por una corona y muy bien pintado que, necesariamente, era preciso relacionar
con las actividades de una comunidad cristiana que allí se reunía, lo cual se
confirmó con la aparición de grafitos, también propios de los inicios del
Cristianismo. Todo ello, junto con el revestimiento blanco de la cisterna y el
discreto acceso que había sido construido para acceder a su interior, permitía
deducir que, tras haber prescindido de su función para recoger agua, la cisterna
había sido acondicionada como espacio de reunión y culto de una comunidad
paleocristiana que se reunía en la domus, algo habitual en unos momentos
en los que aún no habían sido construido templos.
El espacio elegido y la discreción con
la que se había diseñado su acceso, sugerían la posibilidad de que fue construido
en ese período de persecución o incertidumbre
que se extendió, entre mediados del siglo III y comienzos del IV, aunque
quizás se siguió utilizando tras el edicto de Milán, como parecen atestiguarlo
algunos restos encontrados entre el colmatado posterior, como el fragmento de
un disco de mármol inacabado que guarda relación con platos rituales cristianos.
En los distintos capítulos de la obra,
además de presentar los datos arqueológicos se analizan las características y evolución
de una domus intramuros y su vertiente cristiana. Así mismo se estudia
el ambiente religioso de Emérita entre los siglos III y V, desde los inicios
del Cristianismo, posiblemente en el siglo III, hasta la construcción de los
primeros templos, mencionando a sus obispos y a sus mártires, entre los que
destacó Santa Eulalia.
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