jueves, 22 de septiembre de 2022

La antigua Feria de Borja II

 

         Hace dos días dimos a conocer la primera parte de un trabajo de D. Juan Manuel Jiménez Andía sobre sus recuerdos de la antigua Feria de Borja, centrada en la amplia oferta de productos que convertían a la ciudad en un gran zoco. Hoy vamos a referirnos al ferial de ganado que era el principal núcleo de transacciones comerciales, ilustrándolo con las fotografías disponibles que no son muchas, ni reflejan los aspectos comentados.



En nuestras ferias predominaba el ganado mular, caballar y asnal, sobre todo el primero ya que, por sus características era el más apropiado para realizar las labores agrícolas y el más sufrido para arrastrar carros y galeras.


Las mulas y machos procedentes del Pirineo catalán, conocidas como “castellanas” eran las más apreciadas y las que más garantías ofrecían par el trabajo, por ser muy nobles y resistentes, siendo las que mejor se cotizaban.


Aquí venían los tratantes con sus recuas de mulas, sus blusas negras y bastones de junco en ristre. No faltaban algunos gitanos, pero pocos. No eran ferias para ellos, pues tenían un gran peso económico.


Quienes querían vender sus animales o cambiarlos, que también se hacía, los ataban a unas cuerdas que se pasaban por las argollas que había en las paredes, desde la calle de San Francisco, la plaza del mismo nombre, Algecería, Abadía, “entre monjas y frailes” o el camino al Santuario, todo era un inmenso ferial.


Aunque en menor medida, también tenía su importancia la oferta de yeguas de vientre que servían para las labores del campo, pero sobre todo para parir potrancos, tras ser cubiertas por los sementales del Ejército, ejemplares de gran calidad. En Borja, hubo un destacamento de la Remonta durante varios años, al mando de un sargento con varios soldados para atender las necesidades de todo el valle del Huecha. Se alojaban en cuartel que existía en la carretera del Santuario. A la feria venía un jefe con oficiales y soldados para comprar los potros que les interesaban.


También eran asiduos visitantes los valencianos que se interesaban por esos potrancos ya que, al parecer, por ser animales de peso y fuerza eran los que precisaban para las labores de sus huertas.

El número de transacciones comerciales era muy elevado y por las mejores mulas se llegaban a pagar 30 onzas (2.400 pesetas). No estaban aun suficientemente domadas y al aparejarlas había que echarles por la cabeza un saco o una blusa para calmarlas.


La Feria de Borja se veía favorecida por celebrarse en ese paréntesis temporal comprendido entre el fin de recogida del grano y antes de comenzar la cosecha de la uva. Era un tiempo en el que los graneros y los bolsillos ya estaban llenos y, por lo tanto, con disponibilidades económicas para poder adquirir el ganado que necesitaban los agricultores y los aperos de labranza que era preciso reponer.

Hay que tener en cuenta que, en mayo, aún no se había realizado la recolección de los cereales, una labor que requería mucho tiempo. Comenzaba con la siega a hoz, para lo que eran precisos buenos brazos y mejores riñones. Después, venían las faenas en la era.



Primero, trillando con aquellos trillos de pedernal o con los más modernos de sierra y, más tarde, con los de rodillos. Después era preciso aventar para separar el grano de la paja y cernerlo después para separar las granzas.



Se requería viento y cuántas noches se perdían en las eras esperando que moviese el cierzo para poder aventar. Todo ello hacía que la recogida del grano se prolongara y sólo se diera por terminada cuando veían el trigo o la cebada en talegas y la paja en el pajar, adonde la llevaban en carros, dejando un reguero de pajas en las calles que recorrían. De ahí que, hasta bien entrado septiembre los agricultores no gozaran de disponibilidades económicas.


Por la misma época se recogía el lino y el cáñamo, principales cultivos de las huertas. Este último se ponía en albercas (aún queda alguna en Borja) para que “madurara” y, después de secado, poder trenzarlo. Aún recuerdo la estampa que ofrecían los agricultores de entonces trenzando el cáñamo a las puertas de sus casas por Barrio Verde, San Francisco o el Barrio Bajo. Qué bonita estampa la de aquellos baturros empinando la bota o el porrón. Tiesos como chopos, mirando al cielo.  


La feria de Borja irradiaba su influencia hasta el Jalón, las Cinco Villas, el Somontano del Moncayo y la ribera desde Navarra a Zaragoza. Nuestra feria de ganado tenía un gran prestigio, al igual que las de Huesca, Tudela y Zaragoza.

Otro día hablaremos sobre la gastronomía, las tabernas y bodegones, las fondas y los bares de camareras, incluso con un famoso cabaret en la carretera de Ainzón que también constituían “atracciones” para los muchos visitantes que hasta aquí llegaban. 


 












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